Por: Óscar Mauricio Castro

En una pequeña ciudad intermedia de la que realmente no recuerdo el nombre, me encontraba realizando una pequeña escala para comer, debido a que mi vuelo de las 2:00 p.m. había sido cancelado por razones que aún no entendía. Ustedes saben, llega una notificación al celular y simplemente te dicen: “Tu vuelo ha sido cancelado, dirígete al caunter para mas información”.

Así que pensé en una frase que la vida nos ha enseñado: “todo pasa por algo”, o si prefieren una más maternal: “eso es porque no le convenía”.

También te puede interesar: El policía acostado suizo

No pensé mucho sobre el asunto, ya que las palabras de mi madre acerca de que “no debemos preocuparnos por las cosas que no podemos controlar” seguían retumbando en mi cabeza. Y si les soy sincero, la mezcla entre las palabras de mi madre y el hecho de haber visto Destino Final antes de abordar el avión, logró convencerme totalmente de no pelear por el abrupto cambio de horario de mi vuelo, que ahora sería a las 10:00 p.m.

Con el nuevo horario de despegue llegaría a mi ciudad en horas de la noche, así que decidí aprovechar el tiempo y salir a conocer el lugar en donde me encontraba.

Creo que esa idea no solo la tuve yo, al parecer los problemas venían juntos. El pequeño aeropuerto estaba experimentando fallas en su sistema de aire acondicionado y muchos de los viajeros que aparentemente serían mis compañeros de vuelo, decidieron salir en búsqueda de un lugar menos caluroso.

Una particularidad que tienen muchos aeropuertos del país, especialmente los de ciudades capitales, es el hecho de estar ubicados a la salida de los centros urbanos, estando realmente localizados en municipios aledaños, por lo que en muchos casos resulta costoso salir a explorar la ciudad más cercana.

Ya afuera del aeropuerto el calor era terrible. La temperatura era tan insoportable, que la idea romántica de recorrer algunos parques y tomarles fotos a algunos monumentos se transformó en pedirle desesperadamente al señor conductor de un taxi que me llevara a un lugar donde pudiera pasar la tarde y que, en lo posible, tuviera aire acondicionado.

El taxista me recomendó un centro comercial de tamaño considerable que estaba a unos veinte minutos del aeropuerto y que efectivamente contaba con aire acondicionado. Sin pensarlo mucho, le confirmé mi destino y partimos rumbo a dicho lugar.

El camino, como muchos lugares de Colombia, se componía de una gran vía rodeada de zonas verdes, montañas y muchos puestos de control en las carreteras, e igualmente, como muchas vías del país, estaba repleta de carros particulares buscando el mejor lugar para comprarse algún postre.

Luego de tres canciones de radio aproximadamente, arribamos al centro comercial, le pagué al conductor y me dispuse a entrar al lugar.

No saben el placer que da el recibir la primera bocanada de aire frío en la cual sientes que el calor que te abrasaba desaparece, y entrar a un nuevo piso térmico muchos más fresco; es de las mejores sensaciones que puede vivir alguien como yo, habituado a la temperatura de la capital del país.

Estaba recorriendo los pasillos del centro comercial con un granizado de café de mi marca favorita, hasta que empecé a percibir algo curioso:

Una aglomeración de personas se encontraba tomándole fotos a un tipo con ropa deportiva. El sujeto tenía rasgos árabes, de cabello algo rizado, dientes blancos y un collar que sobresalía sobre su chaqueta blanca, todo su outfit era de ese color. Daba la sensación de ser un deportista, o cantante… La verdad ya no sabía qué pensar.

Desde la irrupción de las redes sociales, existen personas con canales de YouTube tan específicos y de nicho, que pueden tener millones de vistas y a la vez no ser conocidos ni siquiera por sus familiares. La fama hoy en día es algo tan relativo que podría estar frente al sujeto más rico del mundo sin conocerlo, porque puede que esa persona nunca haya abierto un perfil en Instagram, por ejemplo.

Me senté no tan lejos del ángulo visual de la “celebridad”, para analizarlo desde una distancia prudente y así intentar conocer quién era esa persona; igual tiempo libre tenía de sobra.

La mayoría de las personas que lo fotografiaban eran jóvenes entre los 17 y los 19 años, así que por la edad de los fanáticos descarté que fuera un futbolista reconocido. Mis sospechas iban más hacia creador de contenido, youtuber o cantante del género urbano. Terminé suprimiendo esto último, pues el sujeto se veía que estaba solo y por su lenguaje corporal hasta llegué a pensar que para él mismo era una sorpresa que le pidieran tomarse fotografías.

El escenario fue el mismo durante unos 35 minutos a partir de cuando me senté en ese lugar. Mi curiosidad llegó al límite cuando vi pasar un grupo de jovencitas frente a mí y muy tímidamente les pregunté: “disculpen, ¿quién es el joven a quien muchos le están pidiendo fotografías?”

Las jovencitas, sorprendidas, me dijeron que era un sujeto llamado Jhon Jairo.

La respuesta me dejó con más dudas. “¿Y qué hace Jhon Jairo?”, repliqué.

Con una mirada de muchísima sorpresa, me dijeron: “Es un creador de contenido experimental”.

“Discúlpenme nuevamente, pero: ¿qué tipo de contenido experimental crea?”, insistí.

Las jovencitas, nuevamente muy sorprendidas, me respondieron: “Te vamos a pasar sus redes sociales y míralo tú mismo. El contenido de él es toda una experiencia”.

Las chichas me pasaron las redes sociales del creador de contenido, les agradecí por el tiempo que se tomaron para explicarme (aunque no entendiera), y regresé para sentarme y comenzar a intentar entender qué carajos hacía Jhon Jairo y el porqué de su fama.

Estuve aproximadamente veinte minutos con la boca abierta luego de leer su descripción y el origen de su fama. Más o menos esto decía su perfil:

“JHON JAIRO SUPERSTAR – ARTISTA DE EXPERIENCIA

Hola. Quiero sentir la sensación de ser famoso, si me ves solo pídeme una foto para ayudarme a cumplir mi sueño.”

Se podría decir que el creador de contenido se encargaba de transmitir en vivo la simulación de ser famoso y mostraba cómo desconocidos le pedían fotografías. Mi mente boomer no entendía lo que estaba pasando, y fue tanta la confusión, que caí en este experimento social y decidí pedirle una foto.

Me acerqué a Jhon Jairo y mientras me tomaba una selfie con él, le dije: “Disculpe, pero, ¿qué sentido tiene simular la fama y sentirse como una celebridad?”

El hombre solo se limitó a decirme: “Ninguna, por eso es tan genial”.

Con una confusión mayor, me levanté y decidí buscar algo de comer para después dirigirme al aeropuerto, pues al parecer de todo lo que había visto había olvidado lo más importante: mi alimentación y mi viaje.

Luego de comer, era momento de tomar un taxi para dirigirme nuevamente hacia el aeropuerto, pero no dejaba de pensar en cómo carajos alguien simulando ser famoso era relativamente famoso; en qué momento la fama se da de esa manera, por qué la fama no se da por algún mérito… ¿Será que al ser un boomer no lograba entenderlo?

Con la confusión en la cabeza y ya dentro del avión esperando arrancar para llegar a mi casa, un joven que iba por el pasillo del aeroplano se detuvo y me pidió tomarse una foto conmigo.

Le pregunté que cuál era el motivo, a lo que el joven me respondió:

“Usted tiene el récord de ser la persona más adulta en pedirle una foto a Jhon Jairo, es el boomer más cool del mundo”.

Me tomé la foto y el chico se fue agradecido. Muchos pasajeros se quedaron mirándome con la misma cara que tuve hace unas horas, intentando hallar respuesta al por qué ese hombre de mediana edad (yo) era famoso. Al parecer, mis quince minutos de fama llegaron en un aeropuerto y dentro de un avión.

El sujeto que iba al lado mío, no aguantó la curiosidad y me preguntó: “oiga, ¿usted por qué es famoso?”

A lo que simplemente le dije: “No tengo ni idea, pero es muy genial”.

También te puede interesar: El penal mañanero