El Cauca y Nariño son dos de los departamentos con mayor afectación por minas antipersonal en Colombia

Por: Fernando Jiménez

En el 2004 se estrenó una película descarnada sobre la guerra. Despertó todo tipo de reacciones. Me refiero a Las tortugas también vuelan, del director, guionista y productor Bahman Ghobadi. Este filme avivó una polémica internacional, ¿el motivo? La producción cinematográfica cuestionaba a los actores de la guerra, quienes sembraban minas antipersonal con el propósito de frenar el avance de aquellos a quienes consideraban los adversarios.

El problema, como ocurre hoy, es que los afectados eran civiles en un remoto pueblecito oriental, habitado por kurdos. Volaban en mil pedazos en los accidentes que se tornaron recurrentes una vez terminaron los enfrentamientos.

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Es un drama que no tiene focalización geográfica, es universal. A la fecha, en Colombia son más de 100 las víctimas de estos artefactos, regados por diferentes regiones a manos de las otrora Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC), las disidencias, los elenos, las autodefensas y otros grupos delincuenciales.

Un acto irresponsable y de barbarie, aunque, como me dijo alguna vez un guerrillero: “Son cuestiones normales de la guerra”. Pero como población civil, creemos que los colombianos no nos acostumbramos a ese tipo de “normalidad”.

Si construir un nuevo país tiene como costo destrozar vidas humanas, quedémonos con el país que tenemos, así en más de cincuenta años no nos hayamos podido poner de acuerdo.

La víctima más reciente, el líder indígena awá, Cristóbal Nastacuas, era un reconocido dinamizador de procesos comunitarios en el resguardo Nulpe Medio,  Río San Juan. Una vez más, Cauca y Nariño han puesto una cuota alta de mártires inocentes en esta guerra sin cuartel, que seguirá vigente en tanto no se desminen los campos.

Por fortuna, su esposa e hijita resultaron ilesas cuando se produjo la explosión. Pero sabemos que estos hechos seguirán ocurriendo. No sabemos cuántos hombres, mujeres y niños caerán muertos o gravemente heridos en zonas que no se desminan aún.

No podemos eludir una realidad: las minas son una demostración de la barbarie humana.

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