Por: Christian Lozano López

De repente el significado del “bacán” nos cambió. Pues un artista que abandera la cultura pop de nuestro país alrededor del mundo, en medio de una entrevista, definió a una serie de políticos colombianos en una palabra. Varios de ellos, según el cantante de reguetón, merecen de su parte el calificativo “bacán”.

Uno de los personajes calificados con este adjetivo, usado dentro de la chabacanería cotidiana, fue el expresidente y exsenador Álvaro Uribe Vélez. Según J Balvin, el expresidiario es un “bacán”. Seguro al reguetonero le cae muy bien quien fue el máximo jefe del Gobierno Nacional durante 8 años y no se puede poner en duda la opinión del cantante paisa. No está mal.

Sin embargo, lo que uno sí puede dudar de J Balvin es si realmente representa el sentir y la cultura más propia de las entrañas criollas. Representación que él, su equipo de mercadeo y muchos de sus consumidores pretenden enmarcar como algo definitivo e indudable. Cuestión discutible desde las aristas que se le miren. Pero, lo que en definitiva representa este artista colombiano es una cultura muy popular de la juventud, de modas coloridas envidiables, pero de mentes bien frívolas.

Lo que uno termina preguntándose es el porqué de la necesidad mediática de imponer en las noticias lo que piensa la ligereza pura y divertida sobre un tema tan crudo en Colombia, como lo es la política. Rescatable si la idea es preguntarle desde la posición de ciudadano, pero que se complica cuando desde hace ya varios años el sujeto en mención se dedica a ser ciudadano del mundo, generalmente alejado de la cotidianidad colombiana. Y alcanza uno a vislumbrar un poco la pésima intención periodística cuando se le pide una opinión de alta influencia a un personaje influyente en nosotras y nosotros los jóvenes, sobre temas que ese personaje poco entiende.

Cosa que es así en J Balvin porque, desde su libertad, ha podido llevar su vida a un escenario donde la comprensión de las necesidades de las comunidades marginadas y vulnerables pueden no importarle o tenerlas en planos secundarios y hasta terciarios. No es necesario reclamarle mayor empatía, porque para eso sirve la libertad. Pero sería bueno que todas las personas, en especial quienes tienen el privilegio de ser muy escuchadas y con altos niveles de influencia, fueran más responsables en la exposición de sus puntos de vista. Restarle un poquito al facilismo y preocuparse más por la objetividad que por replicar su propia verdad.

Es que, si lo que apoya lo define con una palabra positiva tan plana como la es “bacán”, de inmediato da luces de cómo son de lúdicos sus pensamientos. Es más común que los seguidores incondicionales de Uribe se esmeren un poco más para definir a su estrella de Belén. No obstante, a estas alturas, cuando hay tanta capacidad de informarse objetivamente sobre los acontecimientos de nuestro terruño, no queda muy difícil enterarse que Álvaro Uribe Vélez tiene el alma de un capataz de finca, pero que por finca tiene a un país.

No es información exclusiva e inalcanzable la cantidad de testimonios que contemplan el croquis de un ser que ha hecho mucho daño con el fin único y supremo de coleccionar plata, poder y parcelas. Y como eso se complica cuando hay un Estado de por medio, pues entonces había que adueñarse de la República por ahí derecho. Pero esa información es muy esquiva para las personas que se decidieron por estilos de vida libres de “negatividad e impurezas”, poniéndose arepas en los ojos para no dolerse ante lo que es injusto y que nos rodea a diario.Esta

Ahora la palabra “bacán” no será la misma que solíamos usar. Pues, será complejo, o por lo menos demorado, descolgar del imaginario que un señor al que muchos apodan “innombrable” será recordado como un bacán, y que con tan simples cinco letras, se pueda equiparar a cualquier humano con semejante indiciado por la justicia.

Somos un país de bacanes. Muchísimos, de los puros criollos, de los de antes. Otros tantos, de los que ejercen e incitan al dolor sobre los menos favorecidos.