Espinas y sangre.

Por: Katalina Sánchez (Shela)

El cactus hiere, es como las agujas: pica hasta lo profundo del alma. Sus heridas son pequeños puntitos, casi imperceptibles, solo se da cuenta la piel, la única que sufre con todo esto.

Ella trata de reconstruirse a sí misma para no pedir ayuda a los demás órganos, quienes estaban ocupados haciendo sus deberes.

Reconstruirse para ella no era una opción, no botar lágrimas de sangre fue su decisión… no le gustaba que la vieran débil.

Si las espinas del cactus eran muchas, ella se hacía una pijama de espinas, para abrigarse del frío extremo de las noches.

El cactus sigiloso se escabulle por la arena corrediza para alcanzar esa piel tan ansiada para él… para poder picar, descansar de esas espinas fastidiosas que enrojecen su piel verde bendita.

Ambos necesitaban descansar, él, de la extrema picazón; ella, de la escandalosa sangre que salía al sentir el puntazo.