Por: Darío Esteban Recalde Morillo.

Cali, 13 de noviembre de 2021

Hoy cumplo 43 años y después de 23 años sigo con El Clavo. No lo digo porque celebre una fiesta con ellos como parte de un grupo de compañeros, sino por el tiempo que significa estar vinculado al periódico (tal es mi antigüedad, que todavía me refiero a él como “periódico”, como cuando nació, y no como “revista”, como cuando evolucionó).

¿Y por qué estoy aquí todavía? ¿Por qué no he desertado como tantos jóvenes que se han vinculado con la ilusión de escribir un grito de libertad en palabras impresas? Debería preguntarme más bien, por qué ellos sí se han ido, casi todos sin siquiera decir adiós. ¿Qué poderosa razón justificaron o simple excusa mintieron para dejar la oportunidad de contar la vida propia o ajena en el papel?

No hay nada que me ate. El Clavo no me paga. Tampoco soy indispensable para su producción: el corrector de Word cumple cada vez mejor su trabajo con los autores que envían sus artículos sin hacerle caso a esa rayita rizada en su pantalla que les muestra los errores ortográficos. Y hace años me prohibieron hacer sugerencias de ajustes mínimos – cambios más que necesarios – a los documentos para respetar el estilo – ¡pero si estaban mal escritos! – y no entorpecer el trabajo de diagramación – los diseñadores gráficos me querían matar al revisar la edición antes de imprimirla.

Creo que soy yo el que le debo a El Clavo. Me dio la alegría de ver mi nombre en la página 3 de la Edición 7 de 1998 y ese fue el comienzo de mi sueño de ser escritor. Leer mi nombre en los créditos de los responsables me llenaba de orgullo, y ni modo de describir la emoción de ver en las portadas una imagen que había tomado yo, como cuando salió mi gata Mora en la edición de Miedo. ¡Imagínense esa deuda!

Para mí El Clavo es un proyecto inconcluso desde dos perspectivas. La primera como empresa, porque es el único medio que abre sus puertas a la crítica con un estilo alternativo: debe continuar, no tiene el derecho a cerrar esa oportunidad de expresión. Y la segunda, como reto personal, porque me anima a escribir, porque me permite leer lo de otros, porque me escucha cuando opino… porque… aún no soy un escritor. Los que ya se fueron, no se fueron por escritores, sino porque dejaron morir ese sueño.

Yo no, y por eso estoy aquí.