Hay muros que resultan inolvidables, aunque hayan sido borrados o reemplazados hace muchos años. Gracias a libros como los de esta lista, esas obras efímeras se conservan para siempre. Celebramos el Día del arte urbano con esta selección de recomendados.

Desde 2016, Bogotá celebra el arte urbano cada 31 de agosto. En el marco de esta celebración de la cultura artística, la ciudad se convierte en una galería a cielo abierto. Y nadie muere debajo de un puente por agitar una lata de pintura en aerosol. Bogotá se ha convertido en uno de los centros del grafiti y el muralismo en América Latina y cada vez más afloran las posibilidades para quienes intervienen los muros de la ciudad, cortan stickers o juegan con el engrudo para pegar afiches monumentales en el espacio público. A partir de la década de los noventa este fenómeno urbano, nacido en Estados Unidos, empezó a tener protagonismo en la ciudad, que por entonces atravesaba una oleada de violencia y estaba sumida en la oscuridad de los apagones eléctricos. Con grafitis se anunció en 1995 el primer álbum de La Etnnia, El ataque del metano, y desde entonces la práctica ha estado ligada a la actividad del hip hop en esta urbe convulsa y policroma.

El arte urbano va mucho más allá de los murales que ya realizaban Bastardilla o Era hace décadas y se extiende a una serie de actividades que han sido catalogadas por el afán galerista como “post-grafiti”. Arte led, clean taggingLock On, engrudo, woodblock¸ yarn bombing e incluso el equilibrio con rocas califican como prácticas que se desarrollan en el espacio público y alteran el paisaje urbano para llamar la atención sobre un objeto, una idea, una crítica o un te quiero. Recientemente, estas expresiones han gozado de mayor aceptación desde los sectores públicos y privados y esta celebración es un intento para integrarlo a la agenda cultural de una ciudad que intenta, a veces con mayor éxito, presentar desde la oficialidad un apoyo a las artes y la cultura. 

Algunos colectivos que han hecho parte de este movimiento y varias editoriales enfocadas en la gráfica se han dado a la tarea de conservar en un formato perdurable la memoria de esa producción artística urbana que muchas veces tiene una vida efímera sobre los muros de la ciudad. Conmemorando este día, les presentamos cinco libros imprescindibles del grafiti colombiano.

Decoración de exteriores. Excusado Printsystem

Excusado fue uno de los primeros colectivos de grafiti que existió en Bogotá. Cinco estudiantes de Diseño Gráfico de la Universidad Nacional de Colombia, la “Nacho” para el resto del mundo, se cansaron del atávico mensaje de la academia que los obligaba a replicar el mantra de “menos es más”. Mentira. Presentando un horror vacui como motor creativo, el quinteto que utilizaba inquietante alias para ocultar su identidad (Stink Fish, Saint Cat, Deadbird, Ratsonrop y Mac Donald) fue apropiándose lentamente del espacio urbano, primero colonizando el centro y luego virando a nuevos espacios para llenar con inteligentes plantillas los muros de la ciudad. 

El colectivo anunció el concierto de Miss Kittin y Ladytron cuando el electro clash estuvo de moda y decoró los muros del desaparecido Mai Lirol Darlin, aledaño al Centro Comercial Atlantis. Después, el colectivo se desbandó y cada uno empezó un camino independiente, desde su propia perspectiva sobre el arte urbano, el espacio público y la incidencia del mundo publicitario en su trabajo. Antes, sin embargo, la incipiente editorial La Silueta publicó un libro maravilloso a veinte tintas con lo mejor de su trabajo en plantillas. Es como tener los muros de la ciudad en las manos. Una joyita para coleccionistas.

Válvulas de escape

Este es el tercer libro de Bogotá Street Art luego de Calle esos ojos de 2013 y Levantar y pegar de 2015, también en esta lista. En él se encuentra recopilado el trabajo en esténcil de cuatro artistas bogotanos, quienes han teñido los muros con personajes icónicos en la cotidianidad y que han llevado cada vez más lejos la técnica de la plantilla para crear colosales intervenciones en muros, caños, ventanas tapiadas y edificios derruidos y con afán victimista de castillo de naipes. 

Actualmente conformado por Erre, Juegasiempre (DJ Lu), Lesivo y Toxicómano, quienes cuentan con una amplia experiencia en la técnica del esténcil, este colectivo ha trabajado activamente por dar reconocimiento al arte del esténcil, entendiendo sus muchas posibilidades para “bombardear” la ciudad o crear piezas extensas sobre muros menos violentos. 

El libro, que contiene más de 700 fotografías, está estructurado a partir de cinco capítulos, cada uno precedido por un prólogo escrito por artistas y académicos. Es un documento de antropología visual que revisa más de quince años de la práctica en Colombia y reúne a artistas reputados, medianamente conocidos y anónimos. Es un trabajo minucioso y genialmente diagramado que se apoyó en la ciudadanía a través de la modalidad de crowdfunding para ver la luz. Además, tiene el sello de La Valija de Fuego, que es todo cuanto está bien en el mercado editorial bogotano.

El libro estrella

Jorge Montesdeoca, Roberto Ayala y Arnulfo Herrada son las tres personas a quienes está dedicado este libro a cargo de Populardelujo, colectivo de arqueología gráfica bogotano con más de veinte años recolectando gráfica popular. Esta tríada de artista apenas es una pequeña parte de la plétora de pintores que decoran la calle y los locales comerciales de las ciudades colombianas, fenómeno que se extrapola a todo el continente latinoamericano. Cada uno único en su estilo, pero con la calle como principal espacio de ejercicio profesional, ha decorado con su inventiva personal pequeñas cafeterías de barrio, chazas de venta de minutos celulares, cafés internet, fruterías o puestos de arepas, buñuelos y empanadas. 

Como con cualquier medio de comunicación masiva, y probablemente más que cualquier forma de arte, los pintores, como se les llama en Bogotá a quienes ejercen este oficio, han sido los encargados durante años de idear nuestro capital simbólico y de instalar en la memoria colectiva imágenes, expresiones y formas de representación a mano alzada y con pinturas de muchos colores. Sin embargo, nadie se preocupó hasta entonces por darles el reconocimiento que merecen, rescatando su nombre del olvido, de murales sin firma, de postes de luz decorados con letras cuadradas y enormes. El arte urbano tiene una deuda con la gráfica popular, mucho más en un espacio como el nuestro en el cual la calle es maestra cruel, lugar de encuentros, espacio liminal entre lo público y lo privado, lo legal y el crimen.

Paredes que comunican. Las pintadas como expresión ciudadana

Ignacio “Iñaki” Chaves es un sociólogo y comunicador español que ejerce como director en la maestría en Comunicación, desarrollo y cambio social de la Uniminuto. Fue él quien asumió la coordinación de este texto con enfoque académico sobre el grafiti en Bogotá.

En este libro cohabitan las voces de artistas como DJ Lu/Juegasiempre y Toxicómano con el análisis de los discursos hegemónicos del grafiti o una lectura sobre el asesinato del joven Diego Felipe Becerra, Trípido, para que no ensucien su nombre y la reflexión sobre el discurso y la narrativa que acompañó el crimen. Además, el libro sale de los lugares usuales de enunciación de grafiti en Colombia (Bogotá y Medellín) para contrastar esta visión con las declaraciones del colectivo La Plaga sobre las expresiones en los muros de los espacios públicos de Neiva. Los textos agrupan las perspectivas de académicos, artistas y grafiteros para analizar de manera inteligente y dinámica estas prácticas artísticas o políticas en nuestro territorio. 

Es un libro cuidado y que revisa la narrativa histórica de la práctica en nuestro país, un documento necesario para entrar al estudio de unas dinámicas urbanas con sus particularidades. El componente académico de esta lista variopinta.

Más que muros. Arte urbano en Bogotá

Este es un libro hecho a varias voces. Aunque parte de la misma motivación que impulsa las otras publicaciones de esta lista –convertir el formato editorial en una suerte de antídoto frente a la desaparición de las imágenes por el carácter cambiante de las calles y la mutación permanente de sus muros–, este libro suma otra valiosa capa a ese registro: invita a los observadores casuales a aportar su mirada. La particularidad de Más que muros es su carácter participativo: los editores convocaron a la ciudadanía para que enviara fotografías de sus pintadas favoritas y esta iniciativa movilizó las redes sociales logrando ampliar el alcance hasta los rincones menos conocidos del casco urbano en los que siempre hay una pared pintada, una bomba, un tag, una plantilla. Así, Bogotart recolectó más de 4000 imágenes que sumaron a su curaduría para presentar un libro de papel impecable en el que destacan 167 fotografías de arte urbano en la capital colombiana. 

Sumado a ello, es un producto editorial formidable en el sentido de que su empaque varía de las presentaciones tradicionales y presenta una caja decorativa que le permitió a la editorial IM Editores hacerse con el premio Clap en la categoría Mejor diseño de libro ilustrado.

Fuente: Bacánika