Por: Nathalia Andrea Marin Palomino

Como dice el dicho: uno no valora lo que tiene, hasta que lo pierde. Con el coronavirus lo entendí, no aprecié lo suficiente caminar por el campus a las 7:00 a.m. hasta que se convirtió en un deseo.

Más que una columna, esto es una carta de despedida.

Si bien una gran mayoría de los universitarios en Colombia -o en el mundo- asumieron improvisadamente su educación a través de la virtualidad; a una parte de esta población nos tocó terminar a regañadientes nuestro último año de carrera sin caer en cuenta que nunca volveríamos a pisar el campus… por lo menos no como estudiantes.

En menos de 2 meses, Colombia cumplirá el año bajo esta pandemia, comenzó más o menos entre el 20 – 24 marzo. El 16 de marzo del 2020 fue mi último día presencial en la universidad; pues las instituciones asustadas por el anuncio de los primeros casos cerraron los campus una semana antes de los simulacros y cuarentena total.

Como buen colombiano, no nos tomamos en serio la emergencia, creíamos que volveríamos a vernos dos semanas después… y nos despedimos tal cual. Muchos ‘pelaos’ comprendimos lo desafortunado de la situación cuando completamos el plan de estudios… y ahora esperamos una graduación virtual.

Lo que extrañamos…

Otros universitarios ya entraron al tercer semestre entre pantallas. Hablando con compañeros, algunos sueñan con ese espacio físico del aula. Se imaginan en cualquier lugar universitario menos en la casa.

Por otro lado, con la virtualidad tambalean las relaciones profesor-estudiante y estudiante-compañeros. Lo más valioso. Quienes han permanecido en este formato virtual por año y medio no han conocido la vida universitaria original, desconocen algunas sensaciones/momentos y quizá no han comprendido el valor de ser universitario porque hasta ahora su institución de educación superior ha sido la casa. Sobretodo, los primíparos de cada semestre, que entran un rango de 1000 – 1500 estudiantes por promoción.

A su vez, pienso en el sentimiento de los profes al dar clase en estos tiempos y no me imagino la frustración. Ellos son los responsables de formar a los profesionales del futuro y no los están conociendo como se debería. No saben cómo saludan al llegar al aula, cómo se visten, qué cara pone el alumno cuando presta atención, si durmió bien o no porque quizá cabecea, si le apasiona el tema… si ve que tiene talento para lo que estudia. Nada como cuando un profe nota que destacas. Nada como hacer sentir orgulloso a un profesor.

Dios, la vida y este virus permitan que los muchachos puedan pisar el campus, estudiar en la biblioteca, comer en la cafetería, tardear en el andén, charlar con el maestro que admiran y respetan, esperar el transporte con los amigos o tomarse una cerveza en la casa de alguno.

Los millones que se pagan por semestre no sólo involucra estudiar una carrera, es vivir una fase de vida pies a cabeza por 5 – 7 años. La educación superior no es cualquier curso virtual.

Adiós…

Ahora que estoy esperando la graduación, hay momentos en el día que miro hacia atrás y recuerdo mis 5 años de carrera. Mi primer día de clases en la Facultad de Comunicación lo tengo vívido en la mente, también cuando conocí a mis mejores amigos, la vez que me enamoré dentro del campus. Me es gracioso recordar el estrés del primer semestre y sentir que era horrible.. Sin darme cuenta que iba a empeorar con el paso del tiempo pero que también me haría más fuerte. Todo pasó muy rápido.

Mi padre a veces me decía que a él le encantaría volver a las aulas, ser estudiante y yo no lo entendía, sólo quería terminar. Ya que lo hice, sólo deseo regresar al campus abrazada de mis amigos, reírme con una birra, despedirme de ellos y agradecerles por estos años.

Con los profes quisiera tener una última conversación sobre la vida, recibir el consejo final.

Por ahora, el virus me quitó esa oportunidad. Pero, no pierdo la esperanza de vivir ese instante, así como tampoco de que los pelaos’ puedan vivir el suyo.

Gracias a la U.