Ahora, que tengo glaucoma, miro más a la gente. Me gusta más su ropa. Ahora, que tengo glaucoma, se ha incrementado mi gusto por los atardeceres, las miradas, los perros. Me place en mayor manera el azar de la naturaleza, de las circunstancias: El rayo cayendo, un rostro, la tarde; una simple tarde.

Comprendo que ignoramos lo eterno. Conocemos lo efímero: Escenas, instantes. Somos almacenes visuales, fotogramas de la vida, que es tan infinitamente maravillosa de ver. La calle desde la ventana, el pequeño bosque atrás de mi casa, los cuadros de la habitación, lo que he visto siempre. ¡Qué bello es ver! Gracias, Dios, por tan alto privilegio. No alcanzamos a entender su magnificencia.

Mirar la vida que pasa. Ese es el sentido. ¿Por qué no entendemos? ¿Por qué nos amargan las pequeñeces? Ese encuentro con nosotros y el tiempo, en el espejo, está bendito. Saber cómo lucen los sobrinos, la vejez de los padres, el nacimiento de los hijos; atestiguar que el mundo cambia. Aquella esperanza de distinguirnos siempre en el retrovisor, en el agua, en el cuarto de baño; para peinarnos, lavarnos la cara, los ojos… Con todo lo que guardan, por los que haría cualquier cosa. Poder con la existencia. Ahí radica la ilusión.

Ahora, que tengo glaucoma, entiendo que nada nos pertenece. Ni el cuerpo, ni los sentidos, ni los colores, ni la vida surrealista que se revela ante mí; porque esta siempre muta. Lo que ayer nos preocupaba, hoy puede ser una caricia imperceptible.

Aceptemos, de una vez, que nada es tan importante como creemos, si tenemos lo básico, el centro de todo, que somos nosotros. Ahora, que tengo glaucoma, miedo, tristeza; caigo en la cuenta de que soy más joven de lo que pensaba y todavía siento que entiendo mejor la vida, así sienta que no es mía, que nunca lo he imaginado, que una verdad me tiene prisionera. Me pregunto qué pensaría de pequeña, si me encontrara jugando y alguien susurrara: “Glaucoma”. O en el colegio, en plena risotada, lo oyera lejano. La universidad, subida en la gloria, en la discoteca. Algo tan ajeno, aparte; que ha llegado, patente, para enseñarme que, al final, todo se resume en cómo lo veamos, en confiar, en la fe, en cuidarnos; y que la plenitud en la vejez es el verdadero lujo, como una buena película, las fotos, como abrir los ojos, como…

Dios nos permita ver siempre.

14 de octubre, Día Mundial de la Visión.

Amén.