“Es que tengo pereza de todo. Ganas de no hacer nada, de irme de este planeta… de morirme.” Le dijo ‘El Gordo’ a Claudio, otro Punkero con el que tenía más cercanía, en el boulevard. Estaban hablando de sus vidas, y llegaron al tema más fuerte… a ‘el gordo’ lo dejó la novia. Estaba de noche. Venteaba de una forma que sólo ocurría en el boulevard. Quizás es porque queda cerca de la montaña oeste de Cali, o porque al lado pasa el río y con él viene el viento desde su nacimiento… no se sabe con exactitud, pero ese viento pulcro bajaba con una intensidad suave, pero capaz de hacer que a ‘el gordo’ le moviera la cresta, y a Claudio, le hiciera mover su chaqueta cual película clásica de los 80’s.

En el Boulevard hay muchas sub culturas. Es como un mosaico de creencias, pero que la mayoría vienen de una madre… la del rock. Hay grupos de blackers, de rockeros, de grungers, de hippies, de thrashers, de punkeros, y nadie se mete con nadie. Aprendieron a ser uno solo y no hay complots de ningún tipo. Los blackers andan siempre serios, no les importa si llueve, si hace calor o frío, siempre mantienen con un mismo estado de ánimo y muy pocas veces sonríen a alguien o se ríen de algo. Mantienen muy serios.

Los rockeros son un grupo más clásico. Llevan guitarras y cantan cualquier canción que pueda improvisar o sacar a oído. Son los que le ponen la música a la última parte del Boulevard, desde Bellas Artes, hasta la calle quinta. Los grungers son más nuevos, pero mucho más extravagantes: se visten con atuendos que llaman la atención, pantalones rotos por toda la pierna que los une sólo un pequeño y delgado hilo, camisas de cualquier banda grunge, colores diferentes de cabello en varias zonas de la cabeza, expansiones en las orejas y tatuajes hasta más no poder.

Los hippies son como los ceros a la izquierda para éste grupo cultural. Son los que no importan, son a quienes miran mal. Quizás son porque fuman marihuana sin importar que haya niños cerca, o grupos de familias turistas que pasan por ahí para conocer sobre la historia de Cali, al ver las maravillas en la infraestructura antigua de la ciudad. Quizás es porque no exista para ellos un mundo actual, sino uno en el que mantienen ‘elevados’ al comer brownies con hierba. No se hacen cerca a los rockeros. Son a los que menos quieren ver.

Los thrashers son una sub cultura mucho más neutra. Pueden estar con los blackers y hablar sobre bandas alemanas, pueden estar con los rockeros clásicos y cantar rock and roll del viejo. Pueden estar con los punkeros, pues sus canciones son parecidas a las del punk porque casi siempre van en críticas a la sociedad. Van por ahí de un lado para el otro con sus zapatillas blancas, sus jeans negros y su camisa apretada, pero luciendo un chaleco lleno de parches… Pero, definitivamente, la subcultura que más se nota en éste escenario de Cali, es la punk. Quizás no sean muchos. Quizás sólo haya dos sub grupos del punk, el de los chatarras, y el de los que llevan sus ideales bien puestos. Los punks son relajados. Son autosuficientes. Van por ahí pidiendo de a monedas para que puedan comprar su alcohol etílico y un sobre de frutiño para realizar el famoso ‘Chamber’.

Cuando reúnen dinero para hacer su bebida, buscan un tarro de la basura, le echan agua hasta la mitad, o un poco más y le echan el frutiño. Lo baten. Después, le echan el alcohol etílico hasta que se llene… Lo vuelven a batir y está. Lo beben y es con lo que se emborrachan. Van por ahí luciendo su creación, y en algunas ocasiones lo guardan en el bolsillo de interno de su chaqueta con taches y lleno de parches, en su mayoría, hechos por ellos mismos, como es el caso de ‘El Gordo’.

Caminan por todo el boulevard. A cada paso que dan, sus botas con platinas y de cordones con colores diferentes suenan como si un gigante estuviera pasando por ese lugar. A veces las botas les quedan grandes porque son encontradas o donadas y eso hace que el golpeteo con el suelo sea mayor. Van con sus cadenas, y entre ellas, a veces amarran objetos para que les tengan miedo: corta cutículas, alicates, martillos del transporte público para romper vidrios… etc. En sus orejas tienen expansiones que a veces llenan con botellas de plástico vacías, con corchos de botellas de vino, con cualquier objeto que quepa en ese orificio. Los que tienen el piercing del toro, el ‘septum’, se ponen clips de papel ahí, o se ponen candados pequeños de metal, para mostrar miedo y respeto.

Los punkeros van por ahí pidiendo dinero para cigarrillos, o para comer algo. Juegan con sus clavas o sus pelotas de malabares para practicar y poder auto sostenerse en los semáforos. Así le toca a el gordo. Sus padres lo echaron de la casa por su ex novia… y ahora le toca valerse de los malabares que hace y de los tatuajes que cada vez mejor dibuja en la piel de quienes se arriesgan a ser su lienzo. Claudio, por el contrario, es un Punkero con sus ideales bien puestos también, pero no vive en la calle, o no le toca pedir para que pueda sostenerse a sí mismo… sus papás le ayudan a conseguir trabajo, y aunque no pueda (le dice a el gordo) sostener un trabajo por más de dos semanas, en esas dos semanas lo que trabaja es para él, y sobrevive a punta de Chamber, cigarros y de restos de comida que los transeúntes les dan cada que él les pide.

El gordo le cuenta su tragedia, que más parece un chiste mal contado a Claudio, y éste lo escucha con serenidad, pero como ido… no se sabe si está aquí, o está en otro lado… la droga no lo deja pensar. El gordo llora, se desahoga con Claudio, su amigo, su parcero. Éste, a su vez, lo abraza y le da un trago de chamber y le agacha la cabeza para que inhale una línea de un polvo blanco. Un polvo que lo pondrá en tono y que hará que no piense más en la ex novia. Un pase de perico que al entrar por su nariz lo despierta y lo pone en una sintonía distinta… el gordo lo abraza y le devuelve el chamber. Claudio toma un poco de chorro de éste y baja su cabeza para imitar lo que hizo el gordo. Ambos se ponen felices y se ponen a hablar de los gaticos del boulevard… cambian siempre rotundamente los temas de conversación