Por: Juan Manuel Rodríguez B.

Mariana Salgado, economista, mira la hoja de cálculo repleta de cifras, en la que ha trabajado toda la tarde. Levanta la taza de te y le da un sorbo. La bebida ya está fría.

Olvida lo que está haciendo.  Le gustan esos momentos en los que se sustrae de la realidad, y los aprovecha para analizar sus asuntos desde otro punto de vista, como si fuera una espectadora de sus cosas.

Piensa que se ha acostumbrado a los diferentes componentes de su vida: trabajo, amigos, pareja, familia, por nombrar unos cuantos, y a algunos de ellos, como ese chicle que nos cansamos de masticar, ya no les encuentra sabor por ningún lado.  Su solución ante eso siempre ha sido simple: tragar completo y seguir adelante, ¿para qué complicarse?  

Le gusta pensar que la historia de su vida tiene un orden, que cuenta, como le enseñaron alguna vez en el colegio, con un principio, un nudo y un desenlace”

Quienes la conocen, la admiran por su profesionalismo y los logros que ha alcanzado, pero siente que solo lleva conflicto por dentro, y que sabe disimular su caos en su papel de ser humano funcional, lo que sea que eso signifique.

Sabe que intentar diseccionar su historia en elementos secuenciales que encajan perfectamente el uno con el otro,  en una línea de tiempo, es una labor imposible. Como leyó alguna vez: “las historias son como un río: flexibles, extrañas y difíciles de predecir”. Mira el reloj. Cae en cuenta de que tiene el tiempo justo para cumplir una cita.  Sabe, por la poca luz que entra por la ventana, que el cielo está gris y encapotado. “Debo llevar la sombrilla”, piensa.

Andar seca es otra de sus costumbres que, sospecha, tiene que ver con alejarse de los extremos, pues le tiene pavor a esos abismos cotidianos que desconoce.

Le parece que todas sus acciones son binarias: 1 o 0; blanco o negro; derecha o izquierda, y se siente la persona más predecible del planeta.

Piensa que esa dualidad, esos extremos se terminan uniendo en las puntas y forman una circunferencia, un bucle que nunca se cansa de recorrer.

Le cansa verse a ella y a otros en la misma situación.  Quiere desacostumbrarse, ser otra(s), “¿acaso quién no?”, se pregunta. De todas formas, procura encontrar dicha en el caos, felicidad en la tristeza, y paz en sus contradicciones. Truena.  Se pone de pie y sale a la calle sin sombrilla.  “Por algo debo empezar”, piensa.