La vida de un fotógrafo es bella. Sí, retrata momentos felices, sitios maravillosos y genera esa inmortalización de los lugares. El fotógrafo, por lo general, le da una mirada distinta a las cosas, a las personas, a la vida en sí. El fotógrafo vive del momento, del click, del disparo.

Y para el fotógrafo la vida es eso, un instante que si no retrata, que si no captura con el lente de su cámara o el de su celular, fue sólo eso, un instante mal vivido. Una cápsula de tiempo en la que estuvo, pero en la que no supo vivir. Y es que el tiempo es tan fugaz, que tan sólo los fotógrafos saben, o sabemos (me incluyo aunque sea principiante), que el mundo tal y como lo conocemos es un ‘todo cambiante’. Que hoy podemos tomar la foto a un árbol, a una montaña, a un animal o a una persona, y mañana ese árbol pudo haber sido objeto de una plaga, la montaña pudo haberse deslizado, el animal pudo haber muerto y la persona ya cargaría con una expresión totalmente distinta. Una foto jamás se parece a la anterior.

Y es lo lindo de ser fotógrafos. Justamente es eso lo que nos llena de orgullo cuando sabemos que, aún tomando mil fotografías al mismo paisaje día a día, nunca hay monotonía. Siempre la tonalidad rosa, anaranjada o rojiza del atardecer, será totalmente distinta. No hay una línea gráfica para ello. No hay coincidencias en las fotografías. No existe una repetitiva expresión en el mundo que pueda quedar igual en ambas fotos. Eso es lo mágico. Esa es la aventura a la que nos inmiscuimos los ‘capturadores de momentos’ como me gusta llamarnos.

Y es verdad que cualquiera puede tomar fotos. Cualquier persona puede coger una cámara profesional o semiprofesional, o sencillamente comprar uno de esos celulares costosos que salen en el mercado y que tienen una buena calidad en su cámara, pero no todos son fotógrafos.

¿Saben cómo diferencio yo a los fotógrafos de los que sólo toman fotografías? Sencillo… el primero le da un concepto a sus fotos. Piensa absolutamente en todo a la hora de capturar el momento. Se fija desde un zapato, hasta en un hueco diminuto en la pared. Nota el cabello mal cuadrado de sus modelos, o, dado el caso, lo nota muy ordenado, mientras que los que únicamente toman fotos, sólo hacen eso. Toman las fotos al mar para recordarlo sin fijarse que al costado salió un brazo de una persona que se rascaba la cabeza. Cuando toman unas fotos a sus amigos les cortan los pies o la cabeza indiscriminadamente. Y a eso le llamo yo una falta, severa falta de apropiación del concepto. Ahí me doy cuenta de que esa persona no es fotógrafo o fotógrafa.

Pero de algo sí estoy seguro, completamente seguro… y es que la realidad es que el lente se hizo para capturar momentos. Para hacer del mundo un lugar de recuerdos inmortalizados en un papel que dura varias décadas. O que, sencillamente con la inmediatez del internet y la tecnología, ya puede perdurar en el tiempo por unos cuantos años luz, sin saber exactamente cuántos. Y sí, apoyo totalmente el que todos seamos ‘capturadores de momentos’. Apoyo la idea de cuando dicen que son fotógrafos y veo que la línea del horizonte está torcida, o que el encuadre no fue el mejor… Me dedico a callarme, y a explicar cómo mejorar lo que yo veo mal. Al fin y al cabo, todos estamos para aprender, y todos somos objeto de enseñanza.

¿Y vos qué esperás? tómale fotos a eso que te gusta, a ese atardecer, a tu mascota, a tus padres o a tu pareja. Tomate fotos a vos, sonreíte a vos también. Elevá esa autoestima comenzando desde tus lentes. Todos podemos ser fotógrafos, sin importar el celular o la cámara que tengamos, y todos, definitivamente todos podemos ser modelos dignos de un retrato.