Por: Alejandro Gil Torres.

Estoy realmente exhausto, desconcertado e indignado por la manera en la que se encuentra mi país luego del 28 de abril de 2021, un día histórico y definitivo dentro del contexto social y político. No soporto seguir leyendo, escuchando y apreciando los diferentes hechos inhumanos que se han provocado en medio de una movilización que desea lograr cambios justos y necesarios para el bienestar común. Sin embargo, mi profesión me exige acudir a diferentes medios de comunicación y fuentes para construir una posición crítica y veraz sobre este evento coyuntural. Pero desde mi percepción, esta situación es insostenible, cada vez más dolorosa y con un fin poco probable a corto plazo.

Desde el desabastecimiento extremo, la mayoría de vías principales bloqueadas, peajes ilegales, saqueos a diferentes supermercados o empresas, incendios a estaciones del servicio de transporte, incluso, a sus propios buses, asesinatos a sangre fría, abusos policiales y una polarización incomprensible, son los efectos provocados por la carencia de sensatez, sensibilidad y diálogo. Definitivamente la palabra ‘diálogo’ le queda grande a Colombia.

No soy pesimista, soy realista, me duele contemplar un panorama envestido de impotencia, indignación, sed de venganza y rabia acumulada, producto de décadas de injusticias y garantías básicas para los ciudadanos que buscan entre tantos derechos planteados en la Constitución, como la salud efectiva, la educación de calidad y de alcance para todos, el trabajo digno y una seguridad plena. A propósito, en medio de mi monitoreo por Twitter, me impresionó que algunos ciudadanos propusieran modificar la actual Carta Magna, ¿es un chiste? Esto denota una profunda incomprensión sobre las leyes y derechos que están ahí redactados. Lo que se debe modificar son las metodologías y estrategias que se emplean desde el poder público para que se garanticen en la actual sociedad. Pero esta misma está acompañada de un gobierno ciego y sordo que no tiene las capacidades ejemplares para sentarse a dialogar con los promotores del paro y los diferentes gremios nacionales que desde hace muchos años imploran ser escuchados. La indiferencia, los anuncios incoherentes y los eufemismos, fieles características del gobierno de turno, han influido para que la pesadilla de la incertidumbre de muchos colombianos no cumpla su ciclo final.

Lo anterior es mucho más que preocupante, ya que se pierde el rumbo definitivo de estas movilizaciones sociales; el pueblo luchando contra el pueblo y entre eso, perjudicándolo en su cotidianidad. Siempre rechazaré cualquier acto que atente en contra de los derechos humanos. No tiene ningún grado de presentación, es inaceptable y pone al filo de la navaja a los mandatarios municipales y departamentales su débil gestión para controlar estos hechos que mancharon a ciudades, como Cali, Bogotá, Neiva, Jamundí, Buenaventura, entre otras. El prestigio de algunos funcionarios públicos se desmoronó poco a poco por su ineficiencia para actuar y sus desaciertos al realizar algún tipo de declaración donde reflejan una carencia de profesionalismo y orientación al servicio para su comunidad. Además, una institución como la Policía Nacional que se supone que “nos debe proteger” antes ha dejado la sombra del deber de escabullirnos para evitar ser abusados por algunos de sus miembros, ¿dónde quedó su legitimidad, prestigio y reputación? Considero que se acabó.

Resalto la resistencia, fuerza y clamor de muchos jóvenes que día y noche se manifiestan pacíficamente en diferentes puntos del país, exigiendo mejores garantías para un territorio que les preocupa, que sienten en su mente y corazón. La conversación mediada desde la sensatez y en búsqueda de mejores términos y bienestar común son las bases para cumplir con lo que tanto estamos proponiendo. No sé hasta cuándo se prolonguen las marchas y bloqueos en las distintas ciudades, pero lo que sí sé, es que el Gobierno Nacional tiene una de sus mayores responsabilidades y compromisos en medio de este tercer pico de la pandemia: garantizar al país un cambio, espacios de escucha y concertación. Donde por fin se regularice y se vean reflejadas las promesas a los que millones de compatriotas dieron su voto en las urnas.