Hace muy poco, precisamente en la inauguración de los Juegos Olímpicos, oímos la canción de John Lennon “Imagine”. Vimos cómo los países se unían bajo el espíritu deportivo y simulaban la representación de una humanidad dada a la filantropía. El mundo real es la otra cara de la moneda; desigual, injusto, discriminatorio y también, deshumanizador, cayendo en la contraparte del Imagine there’s no countries (Imagina que no hay países).

En crisis surgidas por terremotos como en Haití, la respuesta por parte de Francia ha sido nula, y es que se mira a la potencia europea dada la deuda histórica con los caribeños, deuda que ha pasado de ser una figura bibliográfica a una relación olvidada. Haití el país más pobre de occidente, sumido en una crisis institucional e igualmente infestado por el virus pandémico, hace que la supervivencia ya no sea el camino, dejando la huida como única opción.

Otra de las crisis nacientes, que estuvo 20 años incubando en Oriente, explotó antes de tiempo. Los del G7 se miran para hallar el culpable del fracaso en Afganistán tras la invasión británica y estadounidense. Los asuntos de poder y dominio territorial vuelven a estar como en un comienzo, bajo el régimen Talibán. El presidente demócrata Joe Biden, se escuda diciendo que la idea del despliegue de tropas no era construir una nación, sino reducir las amenazas a la seguridad de los norteamericanos.

Por otra parte, y de vuelta en Francia, el presidente Emmanuel Macron manifestó que quiere a Europa preparada ante la próxima inmigración irregular afgana. En ambos casos es el resultado del fracaso a nosotros mismos como humanos, utilizando el patriotismo para eclipsar la empatía frente al drama ajeno, un símil a Tzvetan Todorov quien sostenía en “On Human Diversity” que el amor por la nación se opone al amor por la humanidad.

En este punto es necesario recordar el primer viaje al exterior de la vicepresidenta Kamala Harris quien sentencio su discurso en Nicaragua con un “No vengan, no vengan” un repetitivo mensaje para aquellos que no les queda otro remedio que huir antes de morir. Y es que los migrantes nos dejan postales retractando el mundo sucio y repudiable, escenas carecientes de moral y humanidad como bebés sirios ahogados en el mediterráneo, niños enjaulados en la frontera entre México y Estados Unidos, centroafricanos agotados tras intentar llegar a playas italianas, el tráfico de menores vietnamitas en Berlín o el éxodo venezolano el cual atestiguamos.

Todo lo anterior, se debe a que Colombia se ha convertido en un país transitorio para los que sueñan con pisar los Estados Unidos, recientemente se ha visto el tema como un asunto social y político, contamos con migrantes haitianos varados en el golfo de Urabá que ya empiezan a buscar alternativas económicas en el país y millones de venezolanos que han ido encontrando en Colombia la manera de sostenerse y enviar parte de su ingreso a familiares que continúan bajo la dictadura de Maduro.

El Gobierno Duque ha hecho cara a la migración bajo la batuta de la Casa Blanca, la determinación de brindar legalización a más de 2 millones de venezolanos es una puntada para evitar la migración hacia el norte, pero también es pretender una recuperación económica acelerada.

Bien se sabe que al país llegaran 4.000 afganos en calidad de refugiados en un periodo transitorio mientras los Estados Unidos termina su improvisada evacuación de territorio talibán, hasta el momento no se han determinado las ciudades ni zonas o cómo estarían en suelo colombiano. Lo que sí es convincente afirmar es que mientras existan fronteras todos podremos algún día ser igual que las espumas que lleva el ancho río, ser espumas viajeras.