Desde hace varios meses me he topado con varias expresiones en diferentes redes sociales acerca de la preocupación de atravesar la barrera de los 20 años, asunto poco usual para algunas personas que el rango del tiempo lo toman como algo impertinente. No obstante, me puse a autoevaluar este contexto e identifiqué que hay varias razones para que un joven se apresure en tener preocupaciones en medio de este lapso de etapas.

Soy realista en la transición de la culminación del colegio e inicio de la universidad, son más las personas que manifiestan sus inseguridades al enfrentar un nuevo ciclo en sus vidas, incluyéndome. Aún recuerdo como si fuera ayer mi primer día en el alma máter, muchos sueños y metas por cumplir, nuevos compañeros por conocer y que poco a poco se iban a convertir en perdurables amistades. Sin embargo, no puedo dejar de lado el miedo que reflejaba ante las altas responsabilidades y cambios que implica llegar a este momento de madurez. Pero a medida que uno se va adaptando a la rutina, la cotidianidad es más llevadera y eficiente para lo que desees lograr.

Por otro lado, cuando inicia la incursión en el mundo laboral, el asunto incrementa de nivel, las dificultades y retos pueden ser más notorios, pero la experiencia es demasiado gratificante. Es en ese instante donde identificamos qué es lo que aspiramos ser en nuestro campo profesional y tomar decisiones sensatas que definan ese futuro tan anhelado. Además, como lo mencioné al principio las preocupaciones o predisposiciones aparecen de una forma inevitable, por una sencilla responsabilidad e interés por cumplir con nuestros propósitos. Sin embargo, en un país como Colombia donde las oportunidades de empleo son escasas y los requisitos para ingresar a un espacio laboral son bastantes extensas, dejan entre la espada y la pared al joven que comienza a emprender su camino hacia a la adultez.

Sigo siendo insistente en que me parece injusto que requieran tantas condiciones para acceder a un empleo digno en el país, cuando por ejemplo la experiencia es mínima o incluso, es nuestro primer trabajo. Como alguna vez lo indiqué en una de mis primeras columnas, cómo pretenden los empleadores que un aspirante ofrezca una amplia experiencia si ni siquiera le dan la oportunidad de demostrar sus conocimientos y habilidades que adquirió en distintas facultades en el país o en el exterior. Definitivamente la desigualdad e injusticia siguen prevaleciendo en medio de la popular “palanca” y la detestable corrupción.

A parte del interés por conseguir empleo, no todos los jóvenes tienen los mismos privilegios con lo que otros cuentan, por ejemplo, tener una familia que los apoye de manera temporal en asuntos económicos y así suplir sus necesidades. En cambio, otras personas tienen que conseguir a como de lugar un empleo para respaldar a su núcleo social más cercano sin importar que coincida con lo que por más de cinco años se estudió. El panorama se ve de una forma desoladora y es inaceptable el conformismo de muchos al no querer dar un ajuste a las ofertas laborales.

Por este motivo, es muy probable que cualquier joven iniciando su segunda década de vida se cuestione en cuánto útil es, es común y razonable, pero lo más justo para una persona que sigue escalando sus diferentes etapas es que tenga garantizado un empleo de calidad y que por lógica se ajuste a su perfil profesional. Colombia sigue siendo uno de los países en Latinoamérica donde sigue prevaleciendo el empleo informal y el desempleo sigue al alza, con estas expresiones no quiero pretender subestimar a la población que vive del día a día, jamás; pero es un claro ejemplo del nefasto manejo que un gobierno como el nuestro ha empleado en las oportunidades que desde hace mucho tiempo tuvo que haber ofrecido y no sólo crear cortinas de humo o falsas esperanzas a través de los medios de comunicación.