Por: Daniel Felipe Otálvaro Ramírez.

Los movimientos sociales se han caracterizados por vislumbrar las realidades que se han normalizado en un Estado que vulnera los Derechos Humanos y Civiles. Una mirada histórica daría por hecho que las manifestaciones dan un resultado positivo en las pretensiones de “libertad” en un contexto democrático.

En Colombia las marchas, plantones, bloqueos, caravanas y cacerolazos, no tuvieron un soporte en las lógicas comunistas, como se quiere asegurar por parte de los medios que compaginan con el oficialismo, ni tampoco con la lucha de clases marxistas. De lo que se trata es del acceso a la institucionalidad, cobertura estatal y las garantías de un desarrollo en pleno bienestar. El pueblo envió un mensaje en tono de grito de auxilio; una pandemia arrasó con lo poco que poseían y hoy los sitúa junto con el hambre y el desempleo, es decir, una mal llegada pobreza.

La desigualdad de Colombia se envalentono y pico en punta, pero esta no es una causa reciente o derivada de la peste, por el contrario, las brechas se agudizaron cuando no hubo inflexión ni atajo a la desproporción de un pueblo confinado. Solo recordemos los trapos rojos en ventanas de sectores marginados.

La informalidad para Dane o el rebusque para todos nosotros, pasó la factura y terminó por sepultar las aspiraciones de muchos compatriotas, las salidas económicas por parte del Gobierno fue inyectar un estímulo a las nóminas de determinadas Pymes y medianas empresas, una solución con mucho intermediario, incluida la Banca. Tramites que se pudieron evitar con la creación de empleo e inversión en el desarrollo de infraestructura de la Nación, propuestas ejecutadas en la política inversionista del New Deal de hace como 90 años y reformuladas en la crisis economica del 2009. No continuo y queda pendiente el tema de la renta básica.

Las razones para levantar la voz y salir a las calles en la etapa más virulenta, estaban y siguen estando a la carta, por donde se mire la Institucionalidad de Colombia se van a encontrar motivos que nutren la indignación social, o quizás no, a estas alturas la desfachatez ha estimulado el sentido de asombro, lo decía la bióloga Rachel Carson, en una de sus metáforas; una flor es común en el camino, muy distinto cuando se es primavera.

Acá aprovecho para volver al inicio de esta opinión, porque no todas movilizaciones transitan por senderos soberanos de Estados democráticos, no es una nueva mención a la bióloga Carson, pero hace 10 años movimientos como La Primavera Árabe le arrebató el poder a dictadores para entregárselo a otros, error en el que Colombia no puede caer, guardando y entendiendo sus proporciones.

Para terminar, me valgo del embaucador “Ojo con el 22”, debido a que en las marchas se vieron carteles de candidatos al Senado y Cámara de Representantes condescendientes a los clanes políticos regionales. Deberían entender que la marcha más allá de las pretensiones políticas es un movimiento popular.

Comentario final: No entiendo el derribo de la estatua de Antonio Nariño