Por: Giovanni Sánchez

Don Analías del Campo es un trabajador asalariado, explotado, y agredido psicológicamente por sus “patrones”. Extenuado por su jornada laboral de doce horas, del Campo llega a su casa, y mientras espera que su señora le sirva los alimentos, se quita sus botas, sube los pies sobre la otra mesa, la del centro de la sala y enciende su televisor. Al hacerlo, se encuentra con una noticia de última hora, y al parecer, con lo que puede ser la solución para sus dificultades económicas.

Interrumpida la programación, la presentadora anuncia la noticia: “una nueva masacre se registró hace unos minutos en una zona roja del País. Siete personas, que se encontraban en un establecimiento jugando sapo, fueron asesinadas. Las autoridades ofrecen cincuenta millones por el paradero del actor intelectual de los hechos; ampliaremos la noticia”.

Al día siguiente, en su hora de almorzar, Analías se sienta en el comedor con sus compañeros; abre despaciosamente el “fiambre” para degustar del “golpe” que su mujer le ha preparado con cariño; levanta la mirada y visualiza en el televisor la jugosa recompensa que las autoridades están ofreciendo por el paradero de alias “el señor”. La cara del victimario le queda sonando.

Pensativo y haciendo memoria, regresa a su hogar y decide confesarle a su esposa –sin estar del todo seguro- que quien aparece en los noticieros, se le parece a un tipo que entró hace unos meses de manera constante a la oficina de uno de sus jefes, acompañado de un funcionario público, y de un agente de la policía. La mujer le dice que si no está seguro es mejor que no alerte a las autoridades, que es mejor seguir siendo humilde, pero estar vivos. Con el pasar de las horas, se siente más convencido de que ese es el sujeto de la masacre, y por lo tanto, piensa ignorar el consejo de su compañera de vida y hacer la llamada.

Al día siguiente, sentado en el comedor de su hogar, Don Analías comienza a analizar sus problemas, y a recordarle a su mujer la difícil situación económica que están pasando, en un tono fuerte, le pregunta que van a hacer para alimentarse, si el señor de la tienda nos les quiere fiar más. El ingreso solidario por pertenecer a ‘familias en acción’ le llega de dos a tres meses y no cada mes como lo prometió el Presidente Duque. A Jorge, su hijo mayor, el pago de jóvenes en acción, le es cancelado cada tres meses y no mensualmente como es lo acordado y -aparte de eso, por la pandemia- su salario fue mermado y la plata no alcanza para pagar servicios, arriendo, transporte y alimentación.

En medio de la discusión, Raquel prende la radio, y se escucha la voz del Director Administrativo de la Presidencia, Diego Molano, el cual dice con total seguridad, que la renta básica ya existe, que se llama ingreso solidario, y que con ese ingreso ningún hogar colombiano pasará necesidades. Analías y Raquel se miran, insultan a Molano, y de inmediato Jorge, por redes sociales, le responde un trino al Director, diciéndole que con “la limosna de $ 150.000 y $ 356.000 cada tres meses, solo se compra arroz, azúcar, sal, huevos panela y pepas; que por si no sabe, el arroz, el colesterol y las pepas son el plato fuerte de los más necesitados”.

Apaciguados por la unión familiar, los tres llegan a la conclusión de no hacer la llamada de la muerte y no reclamar la recompensa porque en Colombia, sus Instituciones, los Alcaldes, Ministros y muchos de los llamados funcionarios públicos, se encuentran corrompidas desde la Guajira hasta el Amazonas y desde Chocó hasta Vichada. Y también, porque las organizaciones al margen de la ley, se vuelven cada día mas sólidas a lo largo y ancho del territorio nacional, gracias al Estado.