Un día, Lázaro Suárez tenía pereza de cocinar y decidió prepararse, lo que él denomina, un perro caliente degradado.

Su plato consistió en fritar una salchicha en un sartén, con un mínimo de aceite, no más de 3 gotas que, luego de hacer contacto con la superficie del utensilio, Suárez esparció sobre este, de manera uniforme, con la yema de los dedos. 

Luego esperó a que la superficie se calentara lo suficiente, puso la salchicha, y se quedó mirando la sartén, como en trance, hasta que comenzó a sisear de forma desesperada.

Acto seguido, Suárez puso a tostar una tajada de pan en el horno, y caminaba de un lado a otro de la cocina cuidando que ni la salchicha ni el pan se le fueran a quemar.

Cuando consideró que ambos productos estaban listos, los puso en un plato, buscó los frascos de salsa de tomate y mayonesa en la nevera y se sentó en la mesa de la cocina.

También abrió un paquete de papas fritas y destapó una gaseosa, pidiendo disculpas a los dioses del Wellness y del Fitness por consumir comida chatarra.

Luego del primer mordisco a su preparación, olvidó su arrepentimiento.

La tajada de pan era la tapa, que en un principio dudó en escoger, pues recordó lo que Yolanda, su esposa, le dijo en una ocasión: “¿Por qué siempre la dejas de lado, acaso no es pan?”

Por eso fue que se decidió por la tapa, que suele ser relegada, piensa, debido a su lado no blando, y que él asocia con un codo reseco.

“Que feo eso”, pensó Suárez, refiriéndose a lo de sentirse despreciado, diferente, el no encajar en el mundo.

Esa también fue una razón para solidarizarse con la tapa del pan. Suárez pensó: “¡Aquí estoy para devorarte hermana!, vales lo mismo que cualquier otro pedazo de pan.”

Se preguntó quién no, en algún momento de su vida, se ha sentido como la tapa del pan, rechazado y que no encaja en ninguna tribu urbana, un extranjero en su propia tierra.

Quién diga que no, que tire la primera tapa del pan que, guardadas las proporciones, es como una piedra.

Supone que, cuando ese desprecio se presenta en grandes cantidades, se va acumulando en algún lugar del cerebro, junto con otra información oscura e indescifrable que este contiene.

Entonces llega un punto en el que la persona  adquiere las propiedades de una olla a presión que, en el momento menos pensado, estalla como si nada.