Desayuno unas tostadas que se me iban quemando y un café muy oscuro para mi gusto —me descaché en la medida del chorrito de leche—, mientras me dedicó a una actividad que domino a la perfección:

Darle scroll down al celular, como buscando una pieza de información que me va a cambiar la vida.

Caigo en un hilo de twitter en el que una mujer menciona que le causa curiosidad el por qué los veganos y los vegetarianos se preocupan por crear productos que sepan a carne.

¿Por qué?”, me pregunto.

“Allá ellos”, me respondo.

Me aventuro a pensar que la mujer que hizo la publicación no tiene mucho que hacer y quiere buscar pelea en las redes sociales. A la gente, es difícil entender por qué, le fascina discutir con extraños.

Las respuestas a la opinión de la mujer no demoran en aparecer. Pasado un tiempo 414 personas han contestado algo.

Algunos lo hacen con los guantes puestos, listos a defender el veganismo, su verdad, y otros que solo quieren dar su opinión y se ponen a favor o en contra, suavizando sus comentarios con un jaja.

Me intriga eso, es decir, el afán que tenemos de desprendernos de nuestras opiniones y cómo nos empeñamos en tener la razón, sin importar cuál sea el costo.

Parece que en eso consiste la vida, en tener la razón y mirar como pisotear lo que el otro piensa o defiende, mirar cómo señalar que esas “verdades” en las que cree no tienen sentido;  utilizar las palabras como munición.

Media hora más tarde, con las gotas de la ducha golpeándome la cabeza, pienso que el punto de vista solo se debería utilizar para escribir novelas.

Empeñarse en tener la razón para defender nuestras verdades es, de pronto, el sinsentido.

Estoy, como muchas personas, listo para disparar opiniones en cualquier momento y sobre el tema que sea, pero ¿no será mejor, en ocasiones, guardárselas?

Además, siento que con el paso del tiempo soy más nudo que desenlace, que a medida que pasan los años me voy volviendo menos cierto, más confuso.

Imagino que disparamos opiniones, porque la consigna es tener la razón que viene a ser como señalar verdades.

 pero como dice Javier Marías: “La verdad no es nunca nítida, sino que siempre es maraña”.

Recuerdo la frase del escritor español, cuando me estoy poniendo la media del pie izquierdo. Miro el celular y caigo en cuenta de una verdad: se me hizo tarde.

“La verdad siempre es mucho menos heroica que los sueños. ¿Para qué quieres la verdad? Resulta poco atractiva, hasta ramplona, gris, no tiene lustre.”
Persona normal –