La terraza del restaurante está llena.  Se escucha un barullo de voces de personas que charlan animadamente, el sonido de cubiertos estrellando contra los platos, y se ve a los meseros que pasan haciendo equilibrio con bandejas por encima de sus cabezas.  Afuera, los rayos del sol se estrellan contra el pavimento.

En una de las mesas un hombre tiene una chaqueta de cuero con taches y lleva una cresta punk con mechones rojos y verdes.  Tiene las mangas remangadas y se alcanza a ver parte de los tatuajes de los antebrazos, en los que predomina el color negro.

Seguro los trazos que están a la vista conforman una figura esplendida, pero imposible de admirar porque el tatuaje rodea el brazo.  La única manera de salir de la duda sería preguntarle: “Disculpe buen hombre, ¿qué figura es su tatuaje?, aunque pienso que uno no debe andar por ahí haciéndole preguntas a extraños.

El hombre lee un libro y toma apuntes, o toma apuntes y lee un libro.  No se sabe cuál actividad prima sobre la otra.  En ciertos momentos, por la concentración con la que a ratos escribe, parece que lo único que le interesa es realizar anotaciones con su esfero de color negro, sobre unas hojas cuadriculadas. Pero cuando clava la mirada en el libro y se pierde en él leyendo, se podría pensar que detesta tomar notas y que lo único que quiere hacer es leer.

Esas actividades, leer y tomar notas, las hace porque cree que es la única forma en que se le puede quedar grabado en la cabeza lo que lee, pues debe presentar un examen sobre el tema que estudia.

A primera vista cualquier persona podría pensar que no hay ninguna necesidad de prestarle tanta atención a ese hombre, pues es solo alguien que lee y toma notas, pero muchas veces las cosas no son lo que parecen. 

Si uno se fija con detenimiento, el hombre salta de una actividad a la otra porque no puede decidir con cuál se siente mejor, es como un pulso con la muerte.

Cuando está a punto de convencerse de que una le gusta más, la otra se le cuela por cualquier fisura de su atención, le da otra oportunidad, y vuelve a caer en ella.

Lo observo mientras tomo café y como torta, o como torta y tomo café.  Ando en las mismas que el hombre, solo que con otras actividades. Todos andamos así, mirando que acciones le dan algo de sentido a lo que sea que hagamos, y analizando cuál es la más importante.

Me tranquiliza que el hombre no esté tomando ninguna bebida, seguro enloquecería si a su estado se le suma el tener que levantar una taza para llevarla a su boca.

Ahora el hombre ubica el libro a la altura de sus ojos y alcanzo a descifrar el título: “Ingresar al laberinto.”