Por: Daniel Otálvaro.

La Comisión de la Verdad, presidida por el padre Francisco de Roux, nos dio la oportunidad de estar presente en la historia misma de Colombia, presenciar el ojo a ojo entre victimarios y víctima, de escuchar el dolor, el padecimiento, la indignación y, por último, el corazón de Ingrid Betancourt; la voz protagónica de un conflicto armado tanto en cautiverio como después de su rescate.

El sentido humano y la intención de reparar son las acciones garantes de la no repetición y revictimización de las comunidades que históricamente han sido afectadas por la guerra, pero al determinar un acto como propio de humanidad redirecciona la semántica de su intención. En el marco de la lógica aristotélica sería una virtud, permitiéndole ser caracterizado por la ética o la moral, siendo parte a juicio racional el valor, la justicia, la templanza, etcétera…

Al hecho contundente que quiero llegar es al de justicia, es aquí donde se da pie a la equidad y la dicotomía de términos que nos aproximan a la verdad. En ese sentido sería una acción dialéctica, y eso es lo que vi en Ingrid Betancourt; su comportamiento, su carga emocional y sentida desde las entrañas, le dan la virtud humana.

“Algún día tendremos que llorar juntos” una de las frases que marcaron su discurso. La RAE, como verbo transitivo, define llorar como: Sentir vivamente algo. En esa misma línea, sentir es la sensación proveniente de un estímulo externo o del propio cuerpo. Ahora pregunta: ¿Qué más estímulo que una guerra o el padecer un secuestro?

Bien se ha dicho lo que se necesita para llorar, pero para sentir es necesario humanizarse. Perdonen mi insistencia, pero volvamos a Aristóteles, quien argumentaba que la búsqueda de la felicidad nos hace Humanos, pero el camino para encontrarla está en las relaciones que se establecen dentro de la misma sociedad. En ese sentido, hay un ejemplo que nos aproxima a la realidad.

Abraham Lincoln (1809-1865) durante la guerra de Secesión, en su costumbre de pasear por los hospitales improvisados, hablaba con soldados que yacían en catres, carentes de antisépticos para contener infecciones o medicamentos para tratar el dolor. Para sus opositores y críticos, era un ser endeble y poco lúcido al frente de una guerra. Pasados los años, sus actos de visita han tomado otro rumbo; sentir el dolor de quien lo tiene.

Esto enmarca el verdadero reclamo de Ingrid Betancourt a las FARC. No basta con pedir perdón a las víctimas, guardar un minuto de silencio o posar en un atril sin sentir lo que se lee. En la Comisión de la Verdad puede estar naciendo una nueva era, en la que se escuchan los más dolorosos relatos de un conflicto interno, en la que se puede decir lo que se siente sin que vaya a existir una respuesta violenta.

Es necesario esclarecer para tener justicia, siendo esta la virtud que nos inclina a dar cada uno lo suyo, es decir, lo que le pertenece. Pero el camino es la verdad y los ojos cargados con lágrimas de dolor desde ambas partes, porque ahí entenderemos que en los ojos está la virtud que los hace Humanos.