Qué difícil es cuando llega la noche y no logras conciliar tu paz. Se convierte en algo repetitivo, en algo extremadamente desastroso para tu mente, e incluso tu cuerpo. Qué complicado es cuando uno quiere descansar, y no puede hacerlo. Cuando se tiene sueño, pero al cerrar los ojos sólo imágenes escalofriantes pasan por ellos. Que te quieras recostar en tu cama y sientes cómo un hormigueo en todo tu cuerpo te hace impulsarte a levantarte… y sientes que nada tiene alivio, que nada puede con eso. Qué triste es sentirte solo, aún teniendo personas a tu lado, con quienes hablas, pero de quienes no retienes nada.

Sí, así me he sentido yo estos días. Salí ocho días seguidos al Paro Nacional, en distintas concentraciones de la ciudad. El sólo sentir cómo estamos en una guerra constante contra el abuso del poder de la fuerza pública, me genera un escalofrío del que no puedo salir fácilmente. Nada me hace escapar de mi realidad, de la misma en la que se encuentran millones de colombianos.

Y es que uno no puede estar tranquilo sabiendo que, al caer el atardecer, por más que se pinte el cielo de la bandera de nuestra patria, sólo es necesario que llegue la luz de la noche para encender las calles con las explosiones que generan los cañones de los policías que arremeten contra su pueblo. Que, por más de ser la ciudad de los siete ríos, estos se vean rojos desde hace unos días. Porque sí, señoras y señores, estamos tiñendo nuestra historia de sangre, y más y más sangre.

Y sí, esta realidad es la que vivían a diario millones de familias en las zonas rurales. Estos enfrentamientos que se ven en las calles, con trincheras hechas de lo que se encuentren los manifestantes para refugiarse, y con sonidos extenuantes de balas y explosivos que asustan a la comunidad y hasta los mismos animales, era el diario vivir de muchos campesinos que vivían en una lucha constante por salir adelante con lo poco y nada que tenían, tienen, y quién sabe si seguirán teniendo.

Ahora le tocó a la zona urbana teñirse de guerra. Ya no se sabe si el helicóptero que está sobrevolando los cielos de la sucursal está apuntando con sus armas en contra de su pueblo, o sencillamente está haciendo un recorrido de análisis para luego generar un ataque terrestre con unidades del ESMAD, Goes, y Policía.

Uno ya ve en la calle a un policía sin su numeración y sin su placa, y uno ya siente terror. No es miedo, es terror. Porque lastimosamente los hechos de unos pocos manchan la imagen de toda una institución, que debería estar a favor de su pueblo en una lucha que debería ser de todos, pero que en ocasiones, por seguir mandatos que vienen desde arriba, les toca alzar sus armas de dotación contra la comunidad.

No, ya no estamos tranquilos. Yo no estoy tranquilo cuando voy caminando en la noche y veo dos patrullas acercándose a mí, o una tanqueta del ESMAD pasar por algún lugar. Ya me da miedo lo que pueda ocurrir, porque esto se salió de control… dejó de ser un Paro Nacional, para ser un conflicto interno en el que a diario salen heridos, manchando las calles de su sangre y generando potestades para que el rencor y el orgullo llenen la ira de un pueblo que está cansado de que sus gobernantes los manejen mal.

No estoy tranquilo, y no creo volver a estarlo en mucho tiempo. Lloro a veces porque sé que el desahogarme de esa manera me cansa los ojos y por fin me quedo dormido… hasta que escucho algo que arrojó mi gata al suelo, y me despierto asustado porque siento que es un miembro de la Fuerza Pública que está entrando a mi casa para llevarme. No vivo en paz. Me siento fatal.