“Todavía recuerdo los fragmentos de ese verano abrasador hace más de una década, cuando el amor lentamente le dio paso al dolor, en una casa que ya parecía dividida por la mitad. Cuando hablábamos lo hacíamos gentilmente, como tratando de no alterar el vendaje de una herida recién abierta”, cuenta Olinka Vištica.

Ponerle fin a una relación sentimental, es algo por lo que hemos tenido que pasar muchos de nosotros. En 2006, luego de convivir por cuatro años, eso fue lo que le ocurrió a Vištica y Dražen Grubišić. Cuando se separaron, la pareja de artistas pensó qué hacer con esos objetos que eran muestras de amor, y que solo tenían sentido en su relación. A partir de esa idea decidieron crear un proyecto de arte, con el fin de ayudar a las personas con sus penas amorosas.

El apartamento en el que vivían estaba repleto de objetos que les recordaban una mejor época juntos, pero había uno en especial al que llamaban: “el pequeño juguete de cuerda”.  Ese objeto se convirtió en la base del proyecto que, al día de hoy, aún los une: El Museo de las Relaciones Rotas.

Dicho lugar se especializa en almacenar objetos de relaciones sentimentales, y que pueden desencadenar sentimientos dolorosos en una o ambas partes. “Es Un museo del amor, tal vez al revés, porque hablamos del amor que se acabó; de cómo lo percibimos, y de lo que significan las rupturas sentimentales para nosotros”, cuenta Grubišić.

Está ubicado en Zagreb, Croacia, y funciona desde el 2006, gracias a las donaciones que realizan las personas desde cualquier lugar del mundo.  Cada pieza lleva una historia de una relación que no alcanzó a durar lo que se esperaba y, quizá, muestra las dos caras del amor: Ese momento en que el cariño y la dicha lo era todo, y cuando toda esa estantería se va al piso.

Por ejemplo, uno de los objetos más representativos es un hacha, con la que una mujer machacó los muebles de su exnovia apenas terminaron su relación.

Es un museo itinerante, en el que las piezas van cambiando y se mueven entre Zagreb, Los Ángeles y otras ciudades.

En una exposición en Estambul, Turquía, uno de los objetos era un viejo celular Nokia envuelto en plástico, que iba acompañado de una etiqueta que decía: “Él me dio su teléfono celular, para que no lo pudiera llamar más”.

Cerca de ese objeto había un joyero morado, cortesía de una mujer de Macedonia, con mechones de pelo que cortó en un momento de locura, luego de vivir una corta pero intensa relación.       

Si usted, amable lector, cuenta con un objeto que, cree, puede hacer parte de la colección de este museo, no dude en enviárselo a la expareja de artistas.