

Hoy, hace cuatro años, tuve mi primer ataque de pánico. El tres de julio de 2017 me inauguré en el (hasta entonces) extraño mundo de la salud mental; iniciando por un camino angosto, pedregoso y sobre todo, de miedo; pero que, pronto, comenzó a expandirse y a tener tramos amables, revitalizantes, concienzudos; hasta desembocar en un sendero plano y mágico; tanto, como lo puede ser la paz en la psiquis.
Durante ese proceso, mi terapeuta enfatizaba en que existían personas que, simplemente, tendían a la ansiedad. Mejor dicho, que tendíamos, solo que yo no lo asimilaba. Me negaba a identificarme de tal manera. Había pasado buena parte de mi vida simulando tranquilidad, en medio de un montón de condiciones que revelaban su falsedad. O bueno, la superficialidad debajo de la cual me escondía asustada, sin saberlo.
Pero, luego, lo acepté. No me quedó de otra. Al final, como siempre, la psicóloga tenía razón. El Trastorno de Ansiedad Generalizada tenía cura. Mejor dicho, tiene; solo que no es mágica, como creíamos el protagonista de ‘El episodio Kugelmass’ de Woody Allen y yo. Ese gran maestro se sana, solo que a través de herramientas; que fue lo que recibí durante trece meses de terapia, rumbo a sentirme bien más de un año después; a las cuales, así en un principio me rehusara, finalmente acepté como un salvavidas al que puedo y en ocasiones, quizá, debo; es más, necesito regresar. Me refiero a que, como siempre, el trabajo, en gran parte, termina siendo propio.
Reflexionando, ahora con treinta y tres años, me recuerdo en 2017, al inicio de todo, tan preocupada por nimiedades; basándome en temas inferiores a lo verdaderamente importante para juzgar mi situación. Hoy, tres de julio de 2021, se me hace inevitable ver la realidad, como si recién se me revelara: Lo que prima es vivir. Ese es nuestro microscópico y mayor regalo. Si hay vida, hay de todo.
Aquel pequeño mundo propio, la lista de canciones predilectas, la rutina de ejercicio que se elige, la historia, el rostro… Yo, la misma que hace cuatro años entró a una sala de urgencias gritando que no sabía qué le pasaba, he comprendido que me amo entera. Y a mi vida, donde y como sea; ya que, al final, esta solo transcurre donde esté yo: Aquí y ahora.
Ha sido un recorrido integral, que se resume en una simple instrucción – No olvidar, pase lo que pase, tal como dice el mensaje en la última pintura de Frida Kahlo (una experta en el verdadero sufrimiento): Vivir la vida.