Hace veinte años, mi madre se topó, en un parque por la casa, con un caucano de treinta y tantos; entonces novio de quien es hoy su señora. Un encuentro casi cósmico, que nos cambió la vida, la mejoró y sobre todo, la hizo más sencilla.

Este oriundo de Almaguer, jardinero de oficio; en un principio, se tomó muy en serio la recuperación de una escombrera ubicada en el barrio, la cual hoy luce fresca, limpia, verde y tomó la forma del sendero peatonal que bordea el Río Lilí desde la calle 13 hasta la 11, en Ciudad Jardín; donde viven guatines, ardillas, iguanas… ¡Hasta serpientes! En parte, gracias a la labor de aquel trigueño fortachón. Y claro, de la comunidad, que se comprometió a tener por vecino a uno de los rincones más bellos de la ciudad.

Deiro Gaviria es un nombre con el que tengo mucho que ver, de los que más escucho. Mejor dicho, es uno de los míos. Porque no se trata solo del jardinero con el que mi mamá ha trabajado durante este tiempo. Ninguna profesión, oficio o circunstancia nos garantiza la fortuna de encontrar a una buena persona. Él está más allá. Es lealtad, una cara familiar, saber que algo es bueno si él lo recomienda. Es el hombre de confianza que ganamos mi madre y yo sin saber qué fue lo que hicimos para merecer dormir tranquilas, sabiendo que Deiro anda por ahí, que está a una simple llamada de distancia.

Además, llevo veinte de mis treinta y tres años viéndolo ayudar a todo el que se le atraviesa. No tengo duda de que Deiro ha sido una buena influencia y un gran ejemplo.

Es la persona que más ama mi perra, estuvo con mi mamá en Urgencias, ha participado en cuanto trasteo ha habido en la familia, me ha desvarado. Una vez, apareció de la nada, minutos después de estrellarme, sin siquiera haber hablado. Me recibió con flores cuando salí de un retiro espiritual, ha repartido libros conmigo. Fue el primer conocido al que vi, en el aeropuerto, cuando llegué de vivir fuera. Traía un leve dolor en el colon horas atrás y se me quitó con solo verlo. Sentí que, por fin, había llegado a mi casa; hablando de plena pandemia, en diciembre de 2020.

Deiro siempre está. Practica a la perfección el ser-presente. Es valiente, honrado, respetuoso, buen hacedor de natilla, experto abridor de tarros. ¿Cuánto más puedo decir? La suerte en persona se le presentó a mi madre hace veinte años en el parque y siempre agradecemos por él, por su esposa Asceneth, por todo lo bueno que nos ha llegado a través suyo; ya que, al igual que a él, no le tememos a casi nada desde que lo conocemos; porque, cuando de repente se abre la puerta de mi casa y la Dulci mueve la cola; escuchamos aquella voz y decimos: “Llegó Deiro”. Y de nuevo, así de fácil, una vez más, todo vuelve a estar bien.