Por: Óscar Humberto Gómez Gómez.

¿En qué momento se degradó tanto Bucaramanga?

La que era “La ciudad de los parques“, “La ciudad más cordial de Colombia“, “La ciudad bonita“ y “La ciudad de la alegría“, la “Señora Bucaramanga “, como la bautizara José A. Morales en su bambuco que hoy nadie canta, la ciudad que no tenía rejas de hierro en las puertas, la ciudad donde los vecinos se saludaban, la ciudad que en los diciembres se llenaba de luz y de magia, la ciudad donde tomar un taxi en las calles generaba una sensación plena de seguridad, la ciudad donde alrededor de los colegios lo único que había era un ambiente académico y de camaradería, la ciudad respetada y respetable donde nacimos, donde crecimos y donde nos hicimos hombres y mujeres de bien, esa ciudad que nos enseñaron a querer sin darnos clases y que aprendimos a amar desde niños sencillamente porque el amor se anidó en forma espontánea dentro de nuestros corazones, esa ciudad en la que caminábamos sin angustia ni zozobra es hoy la expresión viva de la falta de autoridad, de la falta de respeto por los demás, del más caótico desorden, de la más irritante falta de justicia y de un absoluto desgobierno que nos tiene sumidos a todos en el miedo y en la incertidumbre.

El “Parque de los niños”, que de tal solamente conserva el nombre, se convirtió en tenebrosa guarida de hampones, de ladrones y asesinos, y los alrededores de la entonces Escuela Normal Nacional de Señoritas, en aras de un discutible progreso, pasaron a ser un oscuro y sórdido sector donde el solitario e indefenso peatón se ve obligado a caminar temiendo a cada paso por su vida.

Dentro de semejante contexto de decadencia total y a la salida de sus clases, fue asesinada por un sujeto venezolano la jovencita de 15 años de edad Nickol Valentina Rodríguez. El individuo, de quien no sabemos cómo ingresó al país, qué controles estatales tuvo que superar para su entrada y residencia en suelo bumangués, a qué se dedicaba en nuestra ciudad según los registros que sobre el personal de migrantes se supone que debe tener el Estado, a qué se dedicaba en su país natal, cuáles eran sus antecedentes y cuáles fueron los verdaderos móviles que lo condujeron a venirse para Bucaramanga, de todo lo cual lo único que pareciera claro es la falta total de claridad, atacó con un arma blanca y en derroche de cobardía y bajeza moral, a una niña que obviamente no tenía cómo defenderse de su brutal agresión.

Apuñaló este individuo a nuestra frágil paisana por robarle el celular, igual que en otros lugares de la geografía patria han sido apuñalados colombianos inocentes por el mismo fin miserable.

El asesinato de Nickol Valentina era previsible de toda previsibilidad. Ya se venía denunciando desde tiempo atrás la inseguridad reinante en ese sector y ninguna política oficial seria, coherente y sostenida se llevó a cabo.

La falta total de claridad en la política migratoria que reina en este país posibilitó el que este sujeto entrara como Pedro por su casa a Bucaramanga y que como Pedro por su casa se desplazara entre Bucaramanga y Barrancabermeja, y ha permitido y sigue permitiendo que individuos como él hagan lo mismo.

Y es que mientras abundan los venezolanos y extranjeros provenientes de otros países que han llegado a nuestro terruño a trabajar con honradez, buena parte de ellos víctimas inocentes de la grave situación adversa que se registra en sus países de origen y muchos haciéndolo en condiciones extremadamente duras, siendo todos merecedores de nuestra consideración y de nuestro respeto, a su sombra nos han llegado truhanes y maleantes de la peor laya, para quienes no puede haber una actitud estatal complaciente y cómplice.

Ahora bien; ante la pérdida irreparable que su familia y nuestra sociedad han tenido con el asesinato de esta digna exponente de la juventud bumanguesa, santandereana y colombiana, no queda más, aparte de establecer responsabilidades, que la perpetuación de su memoria. Por ello, propongo que el lugar donde fue sacrificada su vida, una vez iluminado, florecido y con la vigilancia estatal ya implementada (porque presumo que no lo van a dejar igual de oscuro, lóbrego y desguarnecido) sea bautizado con su nombre.

De paso, se le rendiría un homenaje a la juventud estudiante de nuestra tierra.

Es lo mínimo que deberíamos hacer como sociedad, si no por convencimiento, cuando menos por vergüenza.