
Por: Zalathiel Cárdenas.
En 1985, el maestro Estanislao Zuleta concedió una entrevista a Hernán Suárez para la Revista Educación y Cultura que publica Fecode. En aquella ocasión, el profesor Estanislao acuñó la famosa frase “La educación, un campo de combate”, con la que se refirió a la búsqueda de los ciudadanos por tener la posibilidad de educarse y convertirse en un “estorbo para el sistema”. Pareciera que 35 años después, esta búsqueda persiste y la educación ha pasado de ser un campo de combate a un auténtico escenario de guerra.
Y fue que desde el pasado 28 de abril estalló en Colombia la que podría considerarse una manifestación social sin precedentes. Para ese día la Central Unitaria de Trabajadores, CUT, y el Comité Nacional del Paro, convocaron una manifestación nacional “Por la vida, la paz, la democracia y contra el nuevo paquetazo de Duque”, que incluía la exigencia de retirar el Proyecto de Ley 594 o “Ley de Solidaridad Sostenible” (Reforma tributaria) del Congreso de la Republica. A medida que avanzaron los días y el paro escaló, las exigencias han ido en aumento. A hoy se habla de matrícula cero, renta básica, defensa de la producción nacional, desmonte del Esmad, entre otras.
Pero nunca antes la educación había estado en el centro del debate público. Pues el paro sacó a la luz las horrendas falencias del sistema educativo colombiano: una baja cobertura, un alto índice de deserción -agravada por la pandemia-, una pésima infraestructura educativa y un nivel de calidad que deja mucho por reflexionar. Si habláramos de la cobertura por ejemplo, las cifras oficiales revelan que solo entre el 52% y el 56% de los jóvenes colombianos acceden a la educación superior; es decir, que de cada 10 estudiantes que se gradúan del bachillerato menos de 5 logran ingresar a la universidad. En Cali la situación es igual de desalentadora, los jóvenes de las denominadas “Resistencias” han comentado la imposibilidad que tienen para acceder a la educación básica y superior, y por ende de encontrar un empleo digno y bien remunerado.
Aprovechemos este momento de calor y efervescencia para hacer un pacto de país por la educación, un pacto que vaya más allá de firmar un papel y tomarse una foto. Pensemos en el tipo de educación que los niños y jóvenes del país demandan. Hablemos de una educación pertinente, que promueva las habilidades para el Siglo XXI, la creatividad, las competencias socioemocionales, la cultura Maker, las asignaturas STEAM, el aprender haciendo, el aprendizaje cooperativo, el emprendimiento, el multilingüismo, la sinergia Escuela – Empresa, la formación de emprendedores que creen Startup, la formación de ciudadanos del mundo con alto sentido de pertenencia por su territorio.
Desde luego que llego el momento de ampliar la cobertura en educación superior, de fortalecer la calidad de la educación básica y media, de tener docentes mejor formados y remunerados, de contar con familias comprometidas en el proceso educativo de sus hijos, de lograr infraestructura pertinente y entornos escolares seguros y de implementar metodologías disruptivas y de avanzada.
La tarea que nos espera es ardua. Recordemos que la Ley 1933 de 2018 convirtió a Cali en un Distrito Especial, Deportivo, Cultural, Turístico, Empresarial y de Servicios… en una ciudad con un reto enorme. Pero es este el momento para preguntarnos si ¿Responde la educación a esta nueva visión de ciudad? ¿Se enfocan los centros escolares en la formación de personas con habilidades multilingües, deportivas, artísticas y culturales? ¿Quién o quienes se harán cargo de esta atender la oferta turística, empresarial y cultural de la ciudad? El compromiso con la educación es de todos y todas. No basta con “mandar” a nuestros niños y jóvenes al colegio a cursar 10 asignaturas durante 12 años para que reciba un diploma, es nuestro deber aportar y pensar sobre el modelo educativo pertinente para Cali.
Varias reflexiones quedan en el tintero. Por ejemplo sobre la Universidad Distrital que el Alcalde prometió durante su campaña ¿Qué universidad es la que necesitan los jóvenes caleños? ¿Cuántos cupos va a ofrecer? ¿Logrará saldar la deuda histórica que tenemos con los jóvenes? ¿Qué tipo de programas deberían ofertarse? ¿Son los programas del CECEP en las instalaciones de la Institución Educativa Nuevo Latir, los que responden a las necesidades de los jóvenes del Oriente de Cali? ¿Qué programas académicos ofertar para construir la Smart City que tanto anuncia el alcalde? Estas y otras preguntas, vigentes hoy más que nunca, abren el debate sobre lo que se convirtió en una emergencia impostergable.