Por: Christian Lozano López

No nos mintamos. No podemos ser o hacer todo lo que queramos. Esa mentira cuesta la frustración de muchos y el egoísmo recalcitrante de otros tantos.

Hemos vivido, desde que la razón nos permite recordar, escuchando en muchos escenarios y contextos esa frase cargada de positivismo y motivación: “tú puedes hacer lo que quieras”, “podrás ser todo lo que quieras si te lo propones”, “todo en la vida es posible”, y más falacias del mismo calibre.

Perdónenme lo aguafiestas, pero no es así. Me atrevería a decir que millones de personas han paseado por la vida con el corazón un poco roto, recobrando la felicidad de la subsistencia en esa familia que siempre rodea sin importar las medallas o dificultades.

Esas son las primeras víctimas de aquellas frases profundas que le fallan a la verdad. Quienes nunca alcanzan a ser lo que quisieron desde que se lo propusieron. Y no hablo exactamente de esos sueños de la niñez, que con el pasar de los años se jubilan solos entre juguetes y pubertades que vamos desligando de las costumbres.

Porque, para hacer algo o ser alguien, además de un pequeño grado de talento, también se necesita la oportunidad de formarse y de ejercerlo.

Por ejemplo, ¿cuántos quisieron, de verdad, formarse para ser astronautas o ingenieros de grandes proyectos espaciales o terrenales, pero en medio de un contexto sin oportunidades, ese sueño se desechó o se transformó en uno más encajado a la mediocridad de nuestro país?

En medio de este sistema del capital, donde el dinero es el supuesto tiquete definitivo a la felicidad y hay quienes pueden tener ese tiquete y querer más, como hay quienes, por desgracia de nuestro modelo, nunca tendrán ni medio tiquete para tener una buena calidad de vida; el querer formarse para ser profesional en algo cuesta, y no sólo ganas, sino montones de billetes.

¿Hay oportunidades de ganarle el pulso a la imposibilidad? Claro que sí, existen becas, patrocinios, actos de filantropía, casualidades y premios al esfuerzo que conducen a alcanzar las metas; pero la cantidad de personas que pueden acceder a esas anécdotas, así como las que pueden comprar su éxito, no son ni una décima parte de la gente que está dispuesta a todo por cumplir su propósito.

También están quienes se olvidaron de armarse propósitos para la vida desde temprana edad, porque, ¿para qué ilusionarse con lo inalcanzable? Fueron realistas desde un primer instante y ni siquiera lo intentaron. No tener el deseo tatuado en las entrañas no es culpa de estas personas, sino de nuestra sociedad que les robó la ilusión con sus desigualdades.

Otra razón que le resta credibilidad al magno engaño que nos inculca el mundo cuando nos dicen que todo es posible, es que hay actividades profesionales para las que se necesita haber forjado y fortalecido un talento, que puede ser innato o producto de la disciplina. Pero la disciplina también es un valor que, si se mira al detalle, es privilegio. Sin embargo, con lo que digo, no quiero indicar que siempre será imposible lograr lo que se propone la gente. De hecho, hay muchas historias que nos rodean indicando que su deseo sí fue o será posible. Es fabuloso que ocurra, pero es motivo de noticia o historia digna de contar precisamente porque son la excepción a la regla.

Y, junto a estos testimonios motivacionales, viene la segunda consecuencia de esa ficción que nos taladran en los oídos y los ojos cada que es posible.

Al instante de la mentira, nacen aquellos personajes sumidos en el egoísmo o el narcisismo, predicando a la diestra y a la siniestra que él sí pudo lograr lo quiso. Muchas veces, enseñando su logro con la intención de marcar en lienzos su superioridad cognitiva y moral, sabiendo de la imposibilidad de otras personas que no contaron con su mismo entorno.

Otras personas que lo logran, incluso en medio de muchas adversidades, con un poco más de buen espíritu se dedican a replicar la falacia del “todo es posible”, eliminando de la ecuación el factor de inequidad que reina en este planeta de signos y símbolos. Cuánto quisiera yo que ese “todo es posible” fuera real para todas y todos, exceptuando la maligna y miope idea de extralimitarse en el poder y en la adquisición monetaria –que diluye la democracia y estira más la brecha de desigualdad social–.

Que una colombiana pueda soñar con hacer parte de una tripulación con destino a la Estación Espacial Internacional –o a otro planeta– y lo pueda lograr sin un derroche inhumano de esfuerzo, teniendo en cuenta solamente sus habilidades y capacidad profesional. Que, si algún día retoña alguna persona en mi descendencia, al decirle que podrá ser y hacer lo que quiera en la vida, pueda ser una verdad y no me vuelva yo otro parlante de mentiras.