Por: Luis Gaviria
Publicado: mayo 11, 2015

“El Glifosato puede causar cáncer”, es la conclusión a la que ha llegado la Organización Mundial de la Salud (OMS), después de recibir los informes científicos de la Agencia Internacional para el Estudio del Cáncer (IRAC), que durante años ha estudiado los efectos colaterales de este popular herbicida. Sin embargo, a pesar de la clara y dura advertencia, esto no parece importarle a ciertos sectores del poder colombiano que ven en el químico la solución milagrosa al terrible problema del narcotráfico.

El Presidente Santos, luego de escuchar las advertencias provenientes del Ministerio de Salud y de acatar las órdenes emitidas por la Corte Constitucional ha decidido que las fumigaciones aéreas con este químico deben suspenderse gradualmente desde octubre del presente año.  Muy bien, es una buena noticia para los miles de campesinos que durante más de dos décadas han sufrido en silencio las consecuencias tóxicas de un herbicida que no distingue entre la mata-que-mata y la mata-que-se-come.

Sin embargo y como era de esperarse, algunos personajes de la vida nacional se han roto las vestiduras de la indignación ante lo que ellos consideran “un acto de puros culiprontos”, asegurando con vehemencia que suspender las fumigaciones con glifosato nos va a inundar de coca el país. En cabeza de estos defensores de la moral está, como siempre, San Procurador Ordóñez, que con su mensaje de pontífice supremo ha dicho que esto acrecentará el flagelo del narcotráfico y ha calificado de acelerado al gobierno nacional.

El glifosato, el cual tiene por nombre químico N-fosfonometilglicina, (trate de leerlo en voz alta una vez y sin equivocarse) y cuya fórmula es C3H8NO5P, CAS 1071-83-6, se ha constituido como una de las armas bandera en la lucha contra las drogas. Ha sido usado por gobiernos de varios países del mundo que han padecido en sus territorios el problema de los cultivos ilícitos. Lo curioso es que la gran mayoría de ellos descubrieron casi de manera temprana que dicho herbicida hacía más daño que bien.

Ahora, la pregunta es: ¿por qué si han existido tantos antecedentes científicos, Colombia es el único país que lo sigue usando? Muchos aseguran que detrás de esa respuesta están los intereses implícitos de la multinacional Monsanto que tiene la patente del herbicida, la cual le vende al gobierno colombiano cerca de 5 millones de galones por año. Un negocio que no se puede perder, ¿verdad?

Por otra parte está el hecho de que se sigue creyendo que la solución al problema de las drogas es usar mecanismos sancionatorios más que los preventivos. Señores, para que se acabe este gran dilema sólo basta con atacar el consumo, nada más. Por mucho que tratemos de eliminar los cultivos de coca y capturemos a los capos de los carteles esto seguirá siendo igual si allá en los Estados Unidos y en Europa la gente del primer mundo sigue metiendo como aspiradora todo lo que aquí se produce.

El glifosato no es la respuesta para acabar con el narcotráfico. La verdadera solución integral está en apoyar a nuestros campesinos, ayudándoles a encontrar otras opciones de cultivo, respetando sus tierras y sus trabajos. También en hacer ver que el consumo es lo que se debe atender, más que cualquier otra cosa, puesto que a menor demanda, menor producción. O mejor: para que dejemos de matarnos tanto la cabeza deberíamos legalizar esa joda de una vez por todas. Al fin y al cabo la cocaína, la marihuana y las demás drogas,  no están tan lejanas a lo que son el cigarrillo y el alcohol, que por muy legales que sean también matan, y bastante.

Dejen que la gente meta su “pase” o su “plom” en paz, pues cada quien es dueño de su vida y de su integridad. Mientras tanto a los campesinos brindémosle verdaderas oportunidades, para que su papita y su cafetal sean la forma de salir adelante con dignidad.