Todo es dar papaya, todos dan papaya y todos aprovechan que se da.

Por: María Camila Trujillo Vargas
Publicado: mayo 10, 2015

La diferencia entre ser robado y ‘dar papaya’ es una frontera invisible de unos cuantos kilómetros que divide simbólicamente a Colombia del mundo, o al mundo de Colombia, como quiera verse. Basta con cruzarla (de un lado o del otro) para notar significativos cambios, que para bien o para mal, revelan en esencia mucho de lo que somos.

Dicen que el lenguaje da cuenta de lo que una sociedad piensa, siente o cree. Por eso parece que para los colombianos, prima ante cualquier norma, ley o autoridad, la premisa irrefutable ‘No dar papaya’; consigna que resume metafóricamente esa desconfianza eterna del colombiano promedio que prefiere sospechar hasta de su propia sombra porque no logra sentirse en paz ni consigo mismo.

Y no es para menos. La probabilidad de convertirse en alguna cifra de violencia, agresión, asalto o asesinato está latente y basta con salir a la calle o informarse ligeramente para comprender que en cualquier momento puede pasarle a uno. Pero bueno, las cifras existen en todas partes y cada cosa que sucede depende tanto de nuestros actos, como de factores externos que se salen de nuestro control.

Sin embargo, es Colombia el único lugar donde se responsabiliza a la víctima de sus actos. ¿Lo robaron? entonces fue porque dio papaya, ¿la ofenden con obscenidades en la calle? Es porque anda muy mostrona y da papaya. ¿Se enfermó? Es porque sabiendo como está el sistema de salud, no se cuida y entonces da papaya. ¿Se le metieron en la fila? Es por ser güevón y dar papaya. ¿Amaneció en una cama extraña y no supo lo que le pasó? Mínimo fue porque dio papaya.

Todo es dar papaya, todos dan papaya y todos aprovechan que se da. Supe de esto cuando salí del país y me robaron. Parece que tenía muy naturalizado eso de responsabilizar a la víctima y entonces asumí al comienzo que era mi culpa. Pero nada, estando fuera entendí que nos la pasamos justificando un montón de acciones despreciables y además nos jactamos de ello. ¡Qué pereza ser así!

En otros lugares un robo es un robo; se condena y se reprueba, se asiste a la víctima y se genera indignación. Lo cierto es que de regreso, justo al cruzar la frontera, indiscutiblemente supe que omitiría los detalles del robo, los pormenores de la historia, porque aunque lo explique cien veces me van a culpabilizar con irracionales palabras. Y entonces, para evitarme el mal momento, mejor me callo y no doy papaya.