Por: Eduardo Llano
Publicado: septiembre 21 de 2010


Tremendo problema: ver que pasan los días de tu juventud, ver que las posibilidades son mínimas, ver que la maldad crece cada día más… ¿Cómo pedirle a un muchacho negro, pobre, sin educación que se quede del lado de la norma? ¿Cómo poder entregar esperanza a quien no sabe el significado de la palabra?

Vivimos en un sistema que nos frustra, que nos muestra la riqueza en la TV y en las vitrinas, sin posibilidades reales de poder alcanzarla, por lo menos por la vía legal. Alguien me decía que los ricos habían inventado la ley para asegurarse de que los pobres se mantuvieran pobres y ellos se mantuvieran ricos. Para eso la ley, para eso la policía represora, para eso las cárceles llenas de pobres.

¿Y entonces? ¿Cómo explicamos los que triunfan, los que pasan de la carreta de mangos a la curul del Congreso? Ellos no cumplieron la ley, a ellos no les importó educarse, muchos de los que veo por ahí en carros lujosos con viejas divinas estoy seguro de que jamás llegaron temprano a clase, jamás se quedaron hasta tarde estudiando, jamás hicieron voluntariado con la comunidad. Hoy son grandes señores. Grandes y pesados. Los hacen grandes sus billetes, los hacen pesados las cadenas de oro que llevan.

Hay varias salidas. Ser emprendedor dicen pero, siendo sinceros, los emprendedores que triunfan son un error estadístico: todo está diseñado para que se agoten en el camino, para que no lo logren al final. Está también la suerte: millones de Balotos vendidos cada semana confirman que la gente le apuesta a la lotería como salida. Uno puede vender órganos o prostituirse, claramente fuimos muy cobardes para volvernos traquetos y muy descachados, o no, para haber sido los hijos lavadores de algún traqueto.

Así que sólo nos queda sólo trabajar, y solucionarles los problemas a los demás para que te paguen por ello. Y confiar. Confiar en nuestro talento, en la buena suerte. Tener fe en uno mismo.

Pero la soledad carcome las esperanzas, la rapidez de la llegada del éxito es superada por la rapidez de la llegada de las tragedias personales. Nos queda como consuelo que los grandes también sufrieron, que los que triunfaron sobre la adversidad lo lograron mientras pensaban que podían transformar su realidad.

Sentado frente a ese joven negro, pobre, sin educación, sin esperanza, esas palabras no me salen. Siento que todo es una farsa y que él es el más verdadero entre los dos, él tiene la certeza de que su arma lo protege, de que mientras no lo agarren volverá a quebrar la ley, de que en este mundo nadie te da nada, todo hay que quitarlo, raparlo, cogerlo y su idea de Dios, de orar,  es del padre que lo quería violar cuando niño. “Pedirle a Dios? No. Los que hablan de Dios son los más farsantes” dice él, “nos engañan por monedas y por obediencia… el resto es mierda, mi doctor”.

¿Qué nos queda entonces? Dudar, dudar de todo. De lo que sabemos, de lo que creemos, estar agradecidos por nuestros dones por no ser unos esclavos del dinero, gozar de los espacios en los que nos aceptan, crear una solución, pensar en un cambio, en una alternativa posible, apelar al ingenio del desesperado.

Mientras tanto, el mundo sigue en lo suyo, en la búsqueda de su placer, a cualquier costo, por encima del que sea.

La verdad yo no sé cómo cambiar y sigo en lo mismo, insisto en tratar de transmitir entusiasmo, de vender esperanza y me pienso gastar el resto de mi tiempo en este planeta en la constante búsqueda de lo bueno, de lo bello, de lo útil.

Tú me deberías ayudar.