¡Ni es lo qué dices, ni tampoco cómo lo dices, es por qué lo dices!

Por: Alejandro Gil Torres

Salir a la calle y sentirse insegura, no solamente por un intento de robo, un accidente, sino por algo mucho peor y desagradable: un piropo.

Como hombre me indignan y generan impotencia todos los acosos callejeros contra la mujer y más los últimos que se han presentado en nuestro país, como la situación de Diana Carreño en Bucaramanga, donde un adulto mayor la golpeó en su rostro con una botella porque se sintió incómoda con su lenguaje ‘digno de premio’ y le exigió respeto. Dejándole a la mujer secuelas psicológicas y graves afectaciones físicas. Es reprochable e injustificable este hecho, y más cuando la impunidad reina por su presencia; 36 horas después de su captura el agresor fue dejado en libertad y la investigación continúa, pero sin ninguna intervención, qué vergüenza la justicia colombiana.

Nada justifica que un hombre quiera lanzar un supuesto halago acompañado de acciones agobiantes en las amplias carreteras de algún lugar, sitio público o un medio de transporte. Cabe resaltar, que todos los ciudadanos tenemos derecho al libre desarrollo de la personalidad, nos vestimos como queremos y nos sentimos más cómodos, y esta no es la razón para que un ‘morboso’ venga descaradamente a expresar su molesto discurso. No entiendo la intención del mensaje que envían ¿qué pretenden? ¿que la mujer les corresponda? ¿es una estrategia para conquistar? No, se llama acoso, intimidación y poco a poco se convierte en una idea errada del género masculino, donde se mantiene que todos los hombres tendemos a lanzar esta clase de expresiones.

El objetivo no es señalar a una mujer porque rechazó un piropo, eso es acolitar esta acción, el punto es reconocer que su agresor es un ser maleducado, sin escrúpulos y antecedentes violentos. La educación desde casa es clave como lo dije previamente, una mujer se puede vestir como ella prefiera, el hombre es el que es educado y respetuoso frente a estas decisiones.

En varias oportunidades escuché que “los hombres somos más visuales” pero esa ventaja de observar tiene su límite cuando se aprovecha ese instante para invadir un espacio tan íntimo como la personalidad de alguien, en este caso la mujer. Además, de acuerdo a un artículo de El Espectador publicado este año: “en Bogotá el 83,9% de las mujeres se siente muy insegura usando TransMilenio y el 38,4% de las mujeres ha decidido no tomarlo por temor a sufrir algún tipo de violencia sexual. En Medellín, por su parte, las adolescentes son las que sufren con mayor frecuencia alguna forma de acoso sexual y, por lo general, sucede en la esquina de sus casas”.

Entre tanto, recuerdo una frase que escuché varias veces en mi colegio: “el que está quieto, se deja quieto”, una caricia, una nalgada o incluso un piropo con carencia de confianza, son indicios claros para estar alerta ante un caso de acoso temprano. El silencio es un arma de doble filo: defiende y acolita, es preferible que defienda y principalmente el derecho a denunciar y promover ante los hombres que con valor, respetan a su género opuesto apoyándolas para erradicar esta clase de acoso.

Aspiro que casos como el de Diana Carreño sea el primero y el último, el último donde la falta de sensatez e irrespeto predomine y la justicia tambalee como de costumbre.

Recibir un halago o un cumplido, es agradable, pero cuando se cruza el límite del irrespeto y la morbosidad, es innegociable para la armonía que se pretende recibir por parte de la impecable comunicación.