Si bien es cierto que no abundan los buenos lectores en nuestro tiempo, también lo es que un ejemplar resulta caro en el mercado

Por: Fernando Jiménez

Una de las escenas más emotivas de la novela La ciudad de la alegría, del francés Dominique Lapierre, es cuando Hasari Pal –quien se la rebusca como rickshaw wallah, es decir, tirando de uno de los numerosos carritos que transportan a la gente en Calcuta— se apresta a regalarle un vestido hermoso a su hija. Es para una ocasión especial. 

En ese momento en el que se queda embelesado en una boutique, dejando escapar lágrimas de sus ojos, anhela ese traje especial para su pequeña, pero reconoce que es muy caro.

Un sentimiento similar al que me embargó e, igualmente, a un sinnúmero de personas que nos dimos cita en la Feria del Libro de Cali, por los elevados precios de los libros.

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Comprendemos que con motivo de la pandemia y la recesión los insumos de impresión se dispararon, pero por esos y otros factores, comprar textos se ha convertido en un privilegio de pocos. 

Lo positivo: disfrutar de las conferencias gratuitas con diversos autores. Es un deleite saber que esos escritores, a quienes en ocasiones vemos como estrellas lejanas, están cercanos, allí en el escenario. Responden las preguntas, cuentan secretos del oficio y nos animan a leer.

Alrededor del Bulevar del Río, muy cerca de las carpas y puestos de venta de los libreros, estaban Conrado Ramírez y Johnatan López. Venden libros de segunda mano. En el suelo, donde tienden los ejemplares usados, puede conseguirse a Don Quijote de la Mancha o Cien años de soledad, a precios irrisorios. Dependiendo del estado del libro, cuestan entre cinco y veinte mil pesos. 

Lamentablemente en Cali ya la gente casi no lee”, me dijo Conrado, propietario de un pequeño emprendimiento al que bautizó: “La librería del pueblo”, por medio de un letrero modesto escrito sobre una tabla de Madeflex, en colores lila y rojo. Con las ventas sobrevive y estudia en la Universidad del Valle, en la jornada de la noche. 

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