Los niños abusan de las cirugías estéticas para que no se la monten, por lo que el Congreso estudió un Proyecto de Ley para prohibir estas cirugías en menores de edad.

Por: Andrés Meza Escallón
Publicado: julio 01, 2007

No sé de primera mano cómo serán los colegios de hoy, pero si son la mitad de como fue la prisión donde estudié el bachillerato, deben ser el paraíso de los apodos. Recuerdo claramente alias como “ElEna” (el enano), “Radar” (un compañero espectacularmente orejón) y a “Pascua” (idéntico a las esculturas de piedra de la Isla de Pascua) de entre un montón de apodos basados en nuestra apariencia. Ni siquiera los que eran claramente pintas se salvaban de su apodo: por ejemplo, el ojiverde era “Comegato” (igualito al amigo de Condorito) y el musculoso era “Anabol” (por los esteroides anabolizantes que juraba nunca haber tomado). En esos tiempos tal vez ninguno se hubiera operado para ser “más normal” y que no se la siguieran montando, pero hay que tener en cuenta que las cirugías estéticas no eran tan viables y económicas como lo son hoy.

Ahora los niños abusan de las cirugías estéticas para que no se la monten, por lo que el Congreso estudió un Proyecto de Ley para prohibir estas cirugías en menores de edad, argumentando que antes de los 18 uno no está suficientemente maduro física ni emocionalmente para hacerse una vaina de esas. Pero aunque en la adolescencia hubiéramos hecho lo que fuera por sentirnos aceptados y evitar hacer el oso, probablemente el problema no sea la edad: seguimos siendo inmaduros emocionalmente sobre nuestra apariencia hasta muchísimo después de los 18. Quizá el problema no es tanto de los niños sino de la cultura que los presiona demasiado para que cumplan con unas expectativas irracionales. Nadie le negaría esa posibilidad a quien tiene labio leporino u obesidad mórbida (que prácticamente aniquilan sus posibilidades de reproducción), pero algo tiene que haber muy mal en la sociedad para que un niño no muy bonito pero sano se quiera operar a pesar del riesgo mortal que implica entrar a un quirófano con los pies por delante: la relación beneficio / costo simplemente no cuadra.

Por otro lado, a una niña suficientemente decidida no la va detener esa prohibición. Simplemente dejará a los papás secos de la insistencia hasta que la lleven a otro país donde sea legal que le hagan el “combo 1” (tetas + liposucción). Igual corre el riesgo, pero esa platica se la embolsillan los protagonistas de Nip/Tuck y no un cirujano que paga impuestos aquí.

Tal vez la prohibición no sea el camino. ¿Por qué no pensar en algo parecido al impuesto que pagan el trago y las apuestas? A ningún mayor de edad se le prohíbe tomar o jugar si puede costearlo partiendo del supuesto de que es responsable, y parte de lo que pagó va a campañas para prevenir el abuso de los vicios. Hacer algo así con las cirugías estéticas podría ayudar a educar para aliviar un poco la presión social para ser “perfectos” físicamente. Además, el sobrecosto ayudaría a disuadir a los caprichosos que realmente no necesitan algo así.

También se podrían reforzar los comités éticos de los cirujanos plásticos para alentar a quienes vean que su negocio, además de ser muy lucrativo, tiene una responsabilidad social.

Si no nos ponemos las pilas desde ya, quién sabe lo que podría pasar en 20 años o menos, cuando la terapia genética sea tan barata y técnicamente viable como operarse hoy la miopía con láser. Tal vez los niños de familias más pudientes no tendrían que sufrir más apodos en los colegios, pero al precio de ser todos copias idénticas del patrón de belleza que los mercaderes de la estética corporal nos quieran vender como indispensable.