La autoconciencia es el enemigo de todo arte, ya sea actuar, escribir, pintar o vivir, que es el arte más grande de todos.

Por: Juan Manuel Rodríguez Bocanegra @Vieleicht

Cuenta Ray Bradbury, en sus ensayos sobre creatividad, que la musa no es más que el subconsciente intentando enviar mensajes.

Cuando creía que estaba a punto de comunicarle algo, hacía listas, sin importarle lo que anotara en ellas. Tiempo después revisaba esas notas y algunas eran la chispa que necesitaba para comenzar a escribir un cuento. Una de esas ideas, por ejemplo, le ayudó a escribir una historia de un bebe que asesinaba a sus padres por haberlo traído a sufrir al mundo.

Otros escritores como Rosa Montero, Anaïs Nin, Isabel Allende o Cornac MacCarthy, también están de acuerdo en que toda esa información que llevamos escondida en nuestra consciencia es la que manda la parada al momento de escribir.

Hay una frase de Montero que aplica perfecto para esto: “Las novelas vienen del mismo lugar de donde provienen los sueños.”

En “El peligro de estar cuerda”, su último libro, la escritora española cuenta que una vez estaba escribiendo un libro en Cascais, Portugal, y unos amigos que acababan de llegar la llamaron para ir a tomar algo en el centro del pueblo. Empezó a caminar a toda prisa los 2 kilómetros que la separaban del punto de encuentro, y en un momento se preguntó: “¿Y si de repente hubiera un terremoto?”

Dice que no tiene idea de dónde salió esa pregunta, pero que justo después de que se la formuló, comenzó a vivir en dos dimensiones paralelas: una, la de su cuerpo real, que seguía caminando a toda prisa, y la otra, una imaginaria, donde la tierra se sacudía con violencia, los árboles se zarandeaban de un lado a otro, y las aceras empedradas se desmigaban; todo eso junto al ruido increíble del retumbar del mundo.

La mística Isabel Allende cuenta en su libro Paula, que siempre escribe la primera línea de sus novelas el 8 de enero, y que intenta estar sola y en silencio por largas horas, pues afirma que necesita mucho tiempo para sacarse el ruido de la calle y limpiar su memoria del desorden de la vida.

Dice que no tiene ni idea cómo o por qué escribe, pues sus libros no nacen en la mente, sino que son criaturas caprichosas con vida propia, siempre dispuestas a traicionarla. También afirma que no decide el tema, sino que este la escoge a ella y que su labor consciente solo consiste en dedicarle suficiente tiempo, soledad y disciplina para que se escriba solo.

Por otro lado, cuando le preguntaron a MacCarthy, en una de las pocas entrevistas que ha concedido, por qué suele escribir en tercera persona, respondió que es un proceso subconsciente y que solo escribe lo que se le ocurre en el instante preciso que lo está haciendo.

Trabajar desde el subconsciente no solo es un rasgo de los escritores. Otro gran ejemplo es el de Mozart, que escribía sus partituras con pluma y tinta y sin hacer cambios sobre ellas.

Cuentan que el músico componía estando de pie al lado de una mesa de billar. Entonces cogía una bola blanca con su mano izquierda, mientras sostenía la pluma en la otra, y la lanzaba a tres bandas. La bola no regresaba siempre al mismo lugar y por eso debía concentrarse en su trayectoria después de cada lanzamiento.

Cuando la bola se devolvía, tenía que fijarse en que su mano estuviera en el lugar exacto, y así, mientras su mente consciente tenía toda la atención puesta sobre la trayectoria de la bola de billar, su mente inconsciente le devolvía una nota; era como si cada viaje de la bola se convirtiera en una.

Pero el subconsciente también aplica para otros campos. Eugene Schwartz, el famoso redactor publicitario, afirmaba que la mente consciente siempre está absorta en aquello a lo que le presta atención, y que es buena para resolver problemas y cuestiones lógicas, pero que lamentablemente nunca será una fuente de creación.

Esta, dice Schwartz, tiene que ver con conectividad, es decir, conectar las cosas para convertirlas en un nuevo pensamiento, y concluye que algo nuevo no significa que nunca existió antes, sino que nunca se unió antes.

Quizás esa conectividad de la que habla Schwartz era la que buscaba Bradbury al hacer listas, y por eso el escritor decía que la autoconciencia es el enemigo de todo arte, ya sea actuar, escribir, pintar o vivir, que es el arte más grande de todos.