Esa delgada línea.

Por: Juan Manuel Rodríguez Bocanegra.

Espero a unos amigos en un centro comercial.     

Al llegar al lugar, había paseado por el primer piso en busca de un café para leer, pero había mucho ruido, así que subí al tercero a ver qué encontraba.   Como no logré dar con nada y la algarabía del lugar era la misma, me devolví al primero, a un sector en el que había visto dos locales de café adyacentes.

Me decido por el de la izquierda. Baso mi selección de acuerdo con los productos que tienen exhibidos en la vitrina, que parecen ser más variados que los del otro local.

Una vez en la fila, espero a que una mujer que está delante de mí encuentre una moneda quién sabe en qué bolsillo de su cartera, la cual no para de hurgar. Aprovecho esos segundos para darle una mirada a los productos y ver si puedo tener listo mi pedido apenas me lo pregunten.

La mujer por fin encuentra la moneda y se despide de la cajera. Yo la saludo al instante y le pregunto qué tortas tiene.

 “¿De la línea saludable o la normal?”, pregunta.

“Normal, por favor”, pienso en silencio. En esta época de guerras, desastres naturales y caos por doquier, no hay tiempo para delicadezas ni mucho menos para privarse de pequeños placeres.  Nunca se sabe cuál va a ser el último café que vamos a tomar.

Como sigo callado, ella, María (así dice un clip que lleva en el delantal), sigue hablando:

“De la línea saludable tengo flan de coco y de banano con chocolate”.

No le veo lo saludable por ningún lado, pero igual no digo nada, mientras espero a que me mencione esas tortas que están al otro lado de esa línea, las no saludables.  Cada uno verá qué veneno se mete en el cuerpo.

“De la normal, -ese es el eufemismo que utiliza tengo Red Velvet, zanahoria y chocolate”.

Me decanto por una porción de zanahoria, que lleva una capa gruesa de queso crema equivalente, seguro, a 1.000 horas de gimnasio.

Luego me siento en una mesa y cuando me traen el pedido abro un libro y me encierro en mi cápsula lectora, a la que solo ingresan sorbos decididos de capuchino y trozos de torta.

Ya todo está en orden, acompaño mi espera con un capuchino y la novela Mi año de descanso y relajación.

Ahí estoy con la protagonista, que de saludable no tiene nada, en Nueva York.  Ella busca meterse en su organismo Zolpidem, Nembutal, Fenobarbital, Zyprexa, Termazepam, Trazodona, Benadryl, Infermiterol, entre otros medicamentos contra la ansiedad y falta de sueño, para cumplir con su cometido: pasar el mayor tiempo posible en el territorio del sueño.

Me meto un trozo de torta a la boca y le doy un sorbo al capuchino. Cada uno con su anestesia preferida, pienso, cada uno con sus métodos para intentar evadir una realidad que no da tregua.   

“El objetivo de casi todos los días era llegar a un punto en el que pudiese quedarme frita con facilidad y volver en mí sin sobresaltos.  Mis pensamientos eran banales. Mi pulso relajado.  Lo único que conseguía que el corazón se me esforzara un poco más, era el café”.–Mi año de descanso y relajación.