Sebastián Ángel permanece sentado en el comedor de su sala junto a su madre, ambos confundidos a las 6:05 a.m., rodeados por una docena de policías armados con pistolas y cámaras. Piensa que se trata de una película y se dice a sí mismo: no entiendo qué sucede.

Sebastián, después de tener el cañón de una pistola apuntando directamente a su pecho; y Claudia María del Carmen Gómez, tras verse impedida de entrar al baño sin la compañía de una agente de policía: intentan procesar la orden de captura que el agente lee frente a ellos, obligándolos a cuestionarse sobre qué es lo que hicieron mal.

Recordar con detalle, más allá de una descripción abierta de lo que ocurrió la mañana del jueves 18 de mayo del 2017, resulta una tarea bastante exigente cuando la confusión abruma sus memorias, y demuestra que no es un día que quieran tener presente de manera voluntaria, pero que a su vez no pueden eliminar de sus vidas. En cualquier otro día de semana, Sebastián habría continuado con sus actividades regulares, con un horario tan flexible como comprometedor: los 5 a 6 millones de pesos que reunía mensualmente para él y su madre… dependían de ello.

Un día común

Sebastián Ángel dejaba la cama entre 6:00 y 6:30 a.m. con las prendas necesarias para enseñar los 4 tatuajes que lleva en su cuerpo: el primero en una pierna y los otros tres entre hombros y pecho. Lo primero que hacía era prender la estufa y dejar calentar agua en una olla hasta que hirviera. Vertía los moños de marihuana necesarios para la cantidad de agua caliente a fuego bajo y les dejaba soltar su esencia por unos minutos; retiraba el agua necesaria y agregaba la mantequilla a la preparación. Una vez estaba completamente derretida, retiraba los moños, los exprimía y dejaba reposar.

Otra de sus mañanas consistía en ejecutar el arte de la repostería que llevaba aprendiendo desde hace meses, con el incentivo personal de emprender y crear su propio negocio junto a Claudia. La mantequilla solo era la base de sus recetas, las cuales estiraron la lista con el paso del tiempo: por el momento, sus habilidades ya le permitían preparar brownies de chocolate, galletas con chips de chocolate, tortas de banano y alfajores con arequipe.

Así comenzaban sus días, hasta el infortunio de aquel jueves, donde contrario a lo que estaban acostumbrados, la rutina fue desbancada por lo que parecía ser una película de ficción.

Claudia se había despertado poco antes de las 6:00 a.m., después de una noche de producción de galletitas con chips de chocolate. Se sentó en el sofá de la sala y prendió un ‘bareto’ mientras se disponía a empacar las galletas, cosa que probablemente, fue lo único del día en conservar un poco de normalidad.

Sonó el timbre y los golpeteos en la puerta anticiparon las palabras que confundieron a Claudia: ¡Policía nacional!

No hubo tiempo de pensar. Los agentes en la puerta vieron la silueta de Claudia correr a través de la ventanilla de la cocina, que permitía ver desde el pasillo del edificio hacia el interior del apartamento. Un golpe seco destruyó el cerrojo de la puerta violentamente, mientras ella intentaba despertar a Sebastián sumida en desespero, repitiendo a gritos, ‘¡Sebastián, la policía!

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