Mi elección salvadora

Me voy para la tienda, debo traer una caja de huevos y un pan. Es mi desayuno, si se preguntan: algo sencillo para preparar rápido y dejar un poco para otros días.

Así que salgo de mi casa, cierro bien la puerta con llave en la parte superior y cierro la verja, la cual, por problemas de seguridad, tuve que instalar hace dos semanas; e igualmente me aseguro de echarle llave. Ahora sí, rumbo al mercado.

De camino al mercado, puedo ver a los jóvenes que se dirigen a la universidad, mujeres recién maquilladas corriendo para llegar rápidamente a sus trabajos y alguno que otro niño que va hacia el colegio tarde.

Es un camino corto hacia el supermercado: solo dos cuadras que bordean una zona comercial llena de pequeños locales. Se ve una panadería, un pequeño puesto de verduras y algunas peluquerías que, por la hora, aún permanecen cerradas en espera de que sean las 10 a.m. para iniciar su rutina de estética diaria.

Llego a la puerta y me recibe una voz que dice: “bienvenido al almacén”. Muevo un poco la cabeza en señal de escuchar su saludo y no ser grosero, luego del saludo, nuevamente regreso a mi mundo dirigiéndome hacia el fondo del pasillo por los huevos y el pan (por lo que vine inicialmente).

De camino al estante de los panes, veo a un anciano observando la fecha de vencimiento de una caja de leche, tomándose su tiempo. Qué envidia le tengo a esas personas que pueden vivir en cámara lenta y tomarse el tiempo de ver cosas que realmente nadie hace, tal vez solo los fabricantes de cajas y los funcionarios de salubridad, de resto no conozco a nadie más, pensaba internamente. A unos pasos del viejo, estaba un chico recién llegado de una fiesta buscando un analgésico que le permitiera, posiblemente, llegar no tan golpeado por el alcohol a su clase matutina.

Al pararme frente al estante, observo que el pan que siempre compro no está disponible… Para alguien tan psicorrígido como yo, resulta complejo cambiar las decisiones que tomo en la noche anterior, cuando organizo mi día. Dios… ¿y ahora qué desayuno? ¿Un desayuno sin pan de bolita? No sé qué pensar… ¿debo comprar otro tipo de pan? Pero, ¿y si otro pan no es tan nutricional como este? ¿Si no me aporta sabor y calidad como el otro? Y aparte: si es más dulce, ¿qué hago?

Recordé lo que me dijo mi terapeuta: “solo toma una cosa al azar y no lo pienses tanto, ¡la duda te estresa y el estrés te destruye!”

Es fácil y hasta tonto, para quién lee, este problema.

Pero como les digo: mi personalidad no me lo permite. Solo por ello decidí cerrar los ojos, mover mis brazos aleatoriamente y agarrar la primera bolsa de pan frente a mí.

No la miré, solo la agarré. La metí a la bolsa junto con los huevos y salí directo a la caja registradora, y de ahí directo para mi casa. En el poco momento que recorrí la calle, me hizo una gracia particular el ver cómo puede cambiar tanto una ciudad entre las 7:50 y las 8:00 a.m. en un día laboral. Es como pasar abruptamente de año nuevo al primero de enero.

La calle se sentía sola, todo el movimiento era un recuerdo efímero de lo rápido que se mueve el mundo y su rutina.

Llegué a mi casa, abrí la verja, luego abrí mi puerta bien asegurada con la llave y dejé la bolsa sobre el comedor para disponerme a abrir el pan sorpresa.

Al abrir la bolsa con algo de resignación, me di cuenta de que agarré unas tostadas… No está mal tostadas con huevo, es un gran plato.

Así que lo preparé y pude desayunar. Me sentí feliz por esta pequeña victoria, porque pude romper el ciclo de la planificación excesiva y liberarme un poco.

Con esta historia personal, me senté frente a mi ventana a meditar un poco… Cuando, de repente, un ruido me hizo caer en la cuenta de mi error: era mi celular… ¡¡¡debía salir a trabajar a las 8:00 a.m.!!! El pensar en pan me bloqueó mis responsabilidades y ahora, con estómago lleno, pero con la billetera vacía, ¿qué iba a hacer? Me arreglé lo más rápido que pude y salí directo para mi oficina.

Afortunadamente la ciudad era otra una vez todos estaban trabajando, y pude llegar mucho más rápido de lo que imaginé.

Ya en mi oficina, recibí una llamada de mi jefe para reportar el motivo de mi tardanza. Caminé despacio con mucho miedo y ansiedad, pero, principalmente, para tener un poco de tiempo para pensar una buena excusa de todo lo tonto que me acababa de ocurrir y el origen de mi tardanza.

Luego de dos eternos minutos de trayecto, entré a la oficina de mi jefe. Cerré la puerta y me senté frente a él. Mi jefe es una persona robusta, de cabello corto, pulcro y con algunas canas que dejaban ver los inicios de sus 40 años; cara recta poco expresiva, con un traje de paño totalmente negro. Una figura que contrastaba con la fotografía en camisa hawaiana junto a su familia en algún lugar de Cartagena.

Mi jefe fue rápido iniciando la conversación al preguntar: “y bueno, ¿hoy qué le pasó?” Me temblaba el cuerpo y solo pude decirle: “me tardé por culpa de las tostadas”.

Mi jefe, sorprendido, me dijo: “¿usted no se enteró del robo de esta mañana?” Con unos ojos de sorpresa gigantes, moví la cabeza de un lado a otro en señal de negación. “Permítame le cuento”, dijo mi jefe.

“Un tipo disfrazado de anciano les disparó a unos clientes que se encontraban en un local cerca de su casa. La policía lo pudo agarrar por las grabaciones de la cámara de seguridad del almacén”.

La policía dijo que el criminal estuvo haciendo tiempo leyendo las etiquetas de los productos hasta que el local estuviera lo más solo posible y que, afortunadamente, “un loco que entró a discutir con unos panes pudo hacer tiempo, ya que se demoró, y eso permitió que las cajeras le avisaran a la policía sobre el movimiento sospechoso del ladrón disfrazado de viejo”.

“Sin embargo, por el desespero al verse rodeado, disparó en dirección a la cajera que lo delató, pero dicho disparo fue a parar al hombro de un muchacho que se encontraba cerca de la caja.

Pobre chico, al parecer, le van a dar una incapacidad. Espero que no tuviera clases hoy. Pero bueno, afortunadamente está fuera de peligro, según el noticiero.

Y, por supuesto, el ladrón fue capturado y esperamos que pase mucho tiempo en la cárcel.

Me alegra que usted esté bien y que no me haya dicho mentiras. Ya puede regresar a su oficina. ¡Espero que esto no afecte su desempeño, recuerde que son 8 horas, ¿no?!”, culminó mi jefe.

Mi cara de sorpresa no tiene nombre… quedé rojo y confundido, solo pude pensar: las tostadas siempre serán una buena opción.