Creemos a ciegas que una democracia se basa en la votación mayoritaria del pueblo, es decir, creemos que la mayoría tiene la razón. Nada más equivocado. La mayoría del pueblo alemán estaba de acuerdo con Hitler.

Por: Juan Lorza
Publicado: agosto 18, 2008

Desde muy pequeños nos enseñaron que el mundo se divide en dos: Dios o el Diablo. Lo bueno o lo malo. Lo blanco o lo negro. El amor o el odio. El negro o el blanco. Por un error del destino, se les olvidó enseñarnos que la vida es una amplia gama de colores, un caleidoscopio de imágenes por momento claras y de pronto confusas. Esta visión bidimensional del mundo nos ha alejado de entender lo que significa pertenecer a una democracia, creemos a ciegas que una democracia se basa en la votación mayoritaria del pueblo, es decir, creemos que la mayoría tiene la razón. Nada más equivocado. La mayoría del pueblo alemán estaba de acuerdo con Hitler.

Para los atenienses, padres de la democracia, el mundo no era bidimensional. Esto parte de sus creencias, la religión griega no estaba ceñida a los parámetros de un único libro sino a las interpretaciones de sus poetas. Los griegos aprendieron a representarse mediante dioses que lloran, que ríen, que gozan, que odian, que aman, dioses complejos y cercanos al ser humano. Dioses principalmente que denotan diferencias.

La diferencia, he ahí donde radica el principal pilar de una democracia, no son las inmensas votaciones, ni los inmensos índices de popularidad, ni la credibilidad ciega en un Dios o en un Mesías. La construcción democrática de una región, un país, un municipio, se basa en la participación activa de todos sus actores, por eso es fundamental que existan movimientos de oposición, fuerzas que generen equilibrios frente a quienes tienen otra idea, otra visión del mundo. Una democracia sin oposición es una contradicción en los términos, por ejemplo, el sistema cubano no es una democracia porque no existe la posibilidad de oponerse.

Lastimosamente, pareciera que aunque nos jactemos de tener un sistema democrático en realidad prefiriéramos un sistema dictatorial donde se borre toda huella de libertad, opinión y oposición. Sucede por ejemplo con el auge del gobierno uribista y sus ideas, ya que quién por convicción o por interés esté en desacuerdo con este gobierno termina tildado de guerrillero, bandolero o enemigo de la patria.

Pero lo que muchas veces no sabemos es que gobiernos como el de Uribe son la suma de muchísimas fuerzas, incluso las de oposición, resultados como el fabuloso rescate de los secuestrados, la recuperación ambiental y territorial de los kogis en la Sierra Nevada de Santa Marta, el manejo del desplazamiento y otros temas, se deben también a la presión de las distintas fuerzas que han buscado una balanza. Cosa que no sucede en temas espinosos como la laxitud con los paramilitares, además del silencio y la complicidad ante la desbanda de corrupción que evidenciaron los congresistas uribistas vinculados al paramilitarismo, en estos temas el gobierno es blindado, no quiere que nadie interfiera, sus razones tendrá.

Creer en un presidente, en un movimiento político o en unas ideas no tiene nada de malo, lo malo está en que creamos ignorantemente que al ser la mayoría, todos deben creer en esto. No podemos estigmatizar a quien no está de acuerdo, ese tipo de reacciones sólo reafirman los ideales de violencia y odio que tanto necesitamos eliminar de Colombia, por eso el maestro Estanislao Zuleta nos deja esta enseñanza: “(…) llamemos democracia al derecho del individuo a diferir contra la mayoría; a diferir, a pensar y a vivir distinto, en síntesis, al derecho a la diferencia. Democracia es derecho a ser distinto, a pelear por esa diferencia, contra la idea de que la mayoría, porque simplemente ganó, puede acallar a la minoría diferente”1 .

1. Zuleta, Estanislao. Educación y Democracia. Hombre Nuevo Editores. Fundación Estanislao Zuleta. Medellín, 2001.