Llega el mes más especial

Por: Brayan Torres

Llega diciembre y no viene solo, emerge con sus alegrías, sus festividades, sus luces, su culinaria y su singular sentido de la unión y el amor. Pero diciembre también despliega otras dimensiones. Es el mes para mirar hacia atrás en el año que se desvanece y comenzar a evaluar qué frutos hemos recogido de aquellos propósitos que nos juramos. Esta llegada trae consigo la sombra de la incertidumbre, donde la realidad se yergue diferente a como solía ser.

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La familia ya no se encuentra íntegra, un espacio en la mesa permanece vacío. Aquella sonrisa que solía impregnar esta época de la más dulce magia se ha desvanecido. Otras sonrisas, por su parte, se despliegan más allá de las fronteras de esta patria de origen, y en estos tiempos, el lazo con la tierra que nos vio nacer se aprieta aún más. Es, lamentablemente,el precio de un mejor futuro lo que ha hecho que algunos se separen de sus raíces. Estas distancias pasan factura, especialmente en diciembre.

Aun así, en este periodo del año se suman otros regresos: aquellos que se aventuraron en elextranjero, regresan a avivar el espíritu de diciembre, reavivando la leyenda de que en este mes todo es posible. Diciembre llega con esta dualidad, con su espíritu de cierre y apertura, un umbral para nuevos comienzos. Un mes donde se tejen propósitos que deseamos, con fervor, que se hagan realidad. Es un mes especial, como a mí me gusta denominarlo, donde las almas parecen estar temporalmente poseídas por el espíritu que deberían abrazar siempre: el de la amabilidad, la compartición, la empatía, la vida en comunidad. Me encantaría que estas sensaciones fueran perpetuas y no meras ráfagas de diciembre.

Navegando por las redes, tropiezo con innumerables comentarios y publicaciones que dan voz a la misma inquietud: “diciembre ya no es como antes”. Esto me incita a preguntarme y a meditar al respecto. ¿Es realmente así? Mi respuesta se despliega en múltiples aristas. Por supuesto que no será como antes. Cuando decimos “antes”, evocamos la niñez, épocas donde la familia estaba completa y los seres queridos se reunían en el hogar. Allí, se daban cita las festividades: se cocinaba, se erigían platos tradicionales, se celebraban novenas y se llevaban a cabo fiestas. Recordamos los tiempos en que, tras quedarnos dormidos, los adultos nos acomodaban en sillas cubiertas por abrigos para que el sueño nos encontrara en plena danza festiva. Diciembre también daba vida a la carta a Papá Noel, y el 24 nos encontraba con regalos mágicamente al pie del árbol. Año tras año estrenábamos ropa el 7, el 24 y el 31. Salíamos a ver las luces navideñas, y una innegable felicidad embriagaba el ambiente.

Claro que la realidad difiere hoy en día. Hemos crecido, y con ello, la perspectiva de la navidad ha sufrido transformaciones. Ahora comprendemos que no existe un Santa Claus que nos traiga regalos, somos responsables de nuestros propios obsequios. Debemos comprar nuestros atuendos festivos, y la familia se ha fragmentado. Pero, aunque con frecuencia idealizamos que en nuestra juventud las festividades eran más genuinas, la realidad es que la magia navideña sigue viva en los niños de hoy, aunque esta se manifieste de diferentes maneras. El espíritu navideño persiste, y nuestra labor es permitirles a los más jóvenes que lo experimenten a su manera. A nosotros, en tanto, nos corresponde buscar la felicidad y el espíritu de diciembre en nuestra etapa actual, reconociendo que ya no somos los mismos de antes, y que diciembre no llega solo.

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