Juan Manuel Rodríguez B.
@Vieleicht

Estoy en una panadería.

Luego de pagar en la caja me siento en una mesa a esperar mi pizza personal para llevar. Cerca, a 2 mesas, dos mujeres de unos 50 años conversan animadamente. Ambas les dan mordiscos a pasteles de hojaldre y sorbos a bebidas humeantes.

Diagonal a ellas un hombre que está solo ocupa otra mesa. Está cruzado de piernas y no se cansa de mover frenéticamente la derecha. También revisa su celular con una determinación que bordea la ansiedad, como dando a entender que todas las respuestas a los problemas de la vida moderna están encerradas en ese aparato.

A su derecha conversan dos mujeres, más jóvenes que las de la primera mesa. Me aventuro a imaginar sus conversaciones: amores, desamores, líos en el trabajo, intrigas familiares, traiciones, aciertos y desaciertos, en fin, los eventos que componen la vida de cualquier persona.

En el caso del hombre intento pensar qué se le cruza por la cabeza, si de pronto ese tic de la pierna se deba a que es un loco que lleva una pistola debajo de su abrigo y está a punto de agujerearnos a punta de balazos, de no llegar a encontrar eso que busca con tanta desesperación.

En un momento dejo ese ejercicio imaginativo, pues me doy cuenta de algo más interesante, algo, quizá, de vida o muerte: Caigo en cuenta de que hay dos mujeres repetidas, es decir, la rubia cincuentona, es la versión futura de la rubia joven que está solo a un par de mesas de ella.

El lunar que tienen en el mentón es el que las delata. No solo eso, también la forma en que tuercen la boca cuando van a sonreír. Cualquier persona se daría cuenta de que son la misma mujer, si las observara fijamente por unos segundos.

Un encuentro entre yoes en semejante lugar tan anodino ¿Se imagina usted, estimado lector(a), el evento que presencio?, ¿Que de repente uno se encuentre con su yo pasado o del futuro?, ¿tendríamos el valor suficiente para afrontar tal situación? Es más, ¿saldríamos con vida?

Hay quienes dicen que uno podría desaparecer si se mira a los ojos con su yo pasado, o que el tiempo se borraría entero para delante y para atrás; un desastre por donde se le mire.

Ninguna de las mujeres se ha dado cuenta de que están repetidas en un mismo instante del tiempo. Solo espero que mi pizza esté lista antes de que eso llegase a ocurrir. Es evidente que es un defecto del destino, un error en el curso de la vida, y si llegan a cruzar su mirada o a dirigirse la palabra, desaparecerían como por arte de magia. Y sí, uno quiere ficción en su vida, pero no que deje secuelas psicológicas.

La rubia joven y su amiga se ponen de pie y abandonan el lugar. Volteo para mirar a su yo madura y sigue conversando como si nada.

“Pizza personal para llevar”, grita el cajero. Me apresuro a ponerme de pie y reclamar mi pedido, para largarme de ese extraño lugar.

Cuando voy en la puerta suena One de U2 y Bono canta: We’re one but we’re not the same, como si se estuviera refiriendo a esas dos mujeres.