
No sabes cuánto te envidio.
Este viernes está resultando, para mí, un día de muchos contrastes. El cielo está totalmente despejado, ni una sola nube en el horizonte. Si un fotógrafo quisiera tomar una foto digna de una postal, hoy sería el día perfecto… Pero, por otro lado, me encuentro en un taxi acompañando a mi mejor amiga de camino al aeropuerto.
Mi amiga emprenderá un viaje al extranjero en búsqueda de mejores oportunidades laborales.
Así que tengo esa mezcla de alegría por ver a mis amigos crecer, pero también la tristeza por el egoísmo que mantenemos adentro de nosotros al querer conservarlos a nuestro lado.
“Y bueno, amiga mía, al menos de aquí al aeropuerto puedes llevarte una última imagen de Colombia hasta que regreses de visita, así que ponle más cuidado a las calles, al parque de la esquina lleno de personas paseando sus mascotas, cómprate una gaseosa en el semáforo, jajaja, uno nunca sabe si por allá, para donde vas, encontrarás esas gaseosas que te despiertan.
Igual, si llegas a sentir nostalgia o tristeza, recuerda que todo queda cerquita en avión, es casi la misma distancia (en tiempo) de Maicao a Cali en bus que de aquí a Europa o Estados Unidos; y eso contando con los atrasos en los vuelos por mal clima”, dije, para intentar animar a mi amiga.
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“Jajajaja, pues sí, pero el avión no para en pueblos para comprar almojábanas, jajajaja.
Tienes razón, igual las distancias son subjetivas. Creo que me demoraré menos en mi vuelo hacia la capital y tomando la conexión, que tú en regresar a tu casa por la hora pico”, me respondió algo aliviada.
“Así es, todo es subjetivo. Igual vas a ganar en dólares, conocerás nuevas personas y aprenderás muchas cosas. La verdad te tengo mucha envidia, si no fuera por mi familia, me montaría en ese avión contigo”, repliqué.
Mi amiga, con una sutil risa, se limitó a permanecer en silencio y continuó con una mirada perdida hacia la ventana.
Una ventaja (o desventaja), como lo quiera tomar usted, es usual en ciudades colombianas, especialmente de tierra caliente: los taxistas suelen ser muy conversadores, así que el conductor, al escuchar nuestros comentarios sobre migración, decidió intervenir con un tono muy desparpajado. Nos dijo:
“Uyyy, seño… qué bacano que usted se vaya por allá afuera, acá todo esta muy jodido, si no fuera por las empanadas con ají, ya me hubiera ido a lavar platos afuera”.
Con una sonrisa un poco incómoda, para no parecer groseros, me limité a decirle:
“Pero bueno, empanadas con ají hay en todo lado, el mundo está lleno de colombianos”.
“Uyyy, eso sí, manito, viera que tengo un primo en Miami. El tipo es caleño y se la pasa comiendo ‘pan cacho’, dice que no es tan bueno porque eso por allá es a pura receta de YouTube, pero que aguanta para soportar la nostalgia. Igual se lo venden carísimo, dizque una empanada bien chiquitica en 6 dólares, como $24.000 pasándolo a pesos colombianos, igual yo lo pagaría si ganara en dólares, pero tocaría una vez al mes porque sino, no mando plata para la casa. ¿Cómo le explico a mi familia que no les voy a mandar plata porque me la gasté toda en empanadas? ¡¡Imagínese, manito!!”, terminó de comentar el taxista.
“Sí señor, al final uno siempre encuentra algo que le recuerde a la casa”, respondió mi amiga.
“¡¡¡Claro!!! Cómo será que a mi primo a la semana de estar por allá en las ‘Américas’, eso le dio por salir de noche confiado en que todo es mejor por allá y un man le robó el celular. El primo quedo más aburrido… porque dijo: ‘uno abandona el país, pero el país no lo abandona a uno’, menos mal que por allá esos celulares son baratos y esos atracadores se mueren de hambre; ojalá pasara lo mismo acá, o sea, que no robaran más. ¿Sí me entiende, manito?”, replicó, bastante animado, el taxista.
“Oigan, les pongo musiquita para que se vayan felices al exterior, eso por allá no creo que suene cumbia ni que sepan bailarla”, repitió insistentemente el conductor.
Mi amiga, con su mirada perdida hacia la ventana, solo se limitó a aceptar todo moviendo sutilmente la cabeza en señal de aprobación.
Al parecer, mi plan de intentar motivar a mi amiga en el taxi estaba fracasando, así que me callé por un momento, mientras, el taxista continuaba relatando las experiencias de su primo.
Recuerdo que comentó sobre algunas anotaciones policiales por mal comportamiento, en especial por el volumen de la música en un sector residencial, y que ya no era difícil encontrar masa de arepa en cualquier parte de Estados Unidos. Incluso, dijo que había una app para buscar tiendas que la vendieran. Hasta nos contó sobre el día en el que su primo vio una papaya en un mercado e hizo una colecta para comprarla con todos los colombianos con quienes solía pasar el rato, porque extrañaban el sabor de una fruta tropical.
Al final, luego de casi una hora, llegamos al aeropuerto. Le pagamos al taxista, quien nos deseó un buen viaje y nos dijo que si volvíamos a la ciudad, le llamáramos de nuevo.
Nos despedimos de él y caminamos lentamente hacia la puerta de migración.
Es interesante cómo puede cambiar el estado de ánimo por un aeropuerto. Puede ser de los lugares más felices del mundo cuando sales de turismo o vas a recoger a un amigo o familiar, pero también un lugar triste donde muchos se despiden sin saber cuándo volverán a verse.
En ese momento, solo me limité a decir: “Bueno… que te vaya excelente, que aprendas mucho, que disfrutes la vida y cualquier cosa, por acá estaremos o por allá la visitaré. Igual, como decías: ‘es más cerca tu destino que mi regreso en bus hacia mi casa’. Cuídate mucho y que te vaya excelente, eso sí, manda muchas fotos para hacer turismo virtual, jajaja, conviértete en mi youtuber de confianza”.
Mi amiga, riéndose sutilmente, se despidió y, con algo de alegría y un poco de tristeza, salí del aeropuerto buscando la estación más cercana de autobuses.
Caminé unas dos cuadras y entré rápidamente a la estación. Mientras buscaba un lugar para esperar mi ruta de bus, pude ver una notificación de un mensaje en mi celular. Era mi amiga:
“Oye, muchas gracias por acompañarme, de verdad lo aprecio mucho y además fue muy divertido todo, si lo analizas bien, esas charlas con taxistas, esa imprudencia y la música fueron una buena despedida y algo para recordar. ¡¡¡Así que cómete una empanada grande por mí con mucho ají… que tú la pagas en pesos, a mí me va a tocar pagarlas en dólares, jajaja. De verdad, no sabes cuánto te envidio!!!”
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