Sé, por comentarios de amigos y conocidos, que la educación virtual ha sido una de las cuestiones que más ha revelado el paupérrimo nivel educativo que nos suelta el gran Gobierno que nos ve la cara. Una educación sin sabor, sin información innovadora que ayude a permanecer en un computador o celular por más de seis horas diarias, y sin profesores de calidad que nos ayuden a salir adelante, aún sabiendo que eso es tan complicado como subir el Everest, y en tacones.

Vivo pensando en el dolor que me transmite el ver esos jóvenes que tantas ganas tienen de estudiar, sin posibilidades de hacerlo con calidad, con buenas instalaciones, y con un docente o una docente que enseñe temáticas que realmente sirvan para la vida. Cuestiones como historia, pero también ciencia. Que motive a cada día crear, más no para ser unos robots que replican lo que ya está creado.

No, mi sátira no es hacia los profesores. Ellos, lastimosamente, siguen órdenes. Órdenes que ya sabemos quiénes las dan, y que perjudican a la vida, al futuro y al presente de nuestro país. La educación como derecho fundamental para prosperar en un mundo que gira velozmente, y que a cada segundo pareciera aumentar su ritmo, es algo que no se ve en Colombia. Sí, los jóvenes estudiamos, y hay quienes tenemos la fortuna y el privilegio de poder hacerlo en un programa de pregrado, e incluso en un posgrado, pero… ¿Y? No me las creo que haya jóvenes hoy, en pleno siglo XXI, que no sepan leer ni escribir a sus 20 años. No me las creo que haya adultos que no pueden conseguir un trabajo, porque no tienen ni idea de cómo sumar o restar, y no me las creo que esto sea así, gracias a la corrupción que nos emana, poro a poro, por parte de cada uno de los corruptos políticos que tenemos allá, en el grandioso Congreso de la República de Colombia, quemando asiento, calentándolo, como si fueran a cocinar sobre ellos.

Y es que la indignación es tanta, que varias veces he intentado hacer proyectos para alfabetizar a niñas, niños y jóvenes en las zonas rurales, pero me llena de terror el saber que también hay personas que no saben leer ni escribir en la propia ciudad. En la gran urbe del Valle del Cauca, donde se exalta por ser la capital mundial de la salsa, y la capital deportiva de Latinoamérica esta, la tercer ciudad más grande del país, y maneja unos índices de analfabetismo elevados. ¿Y la plata de la educación?

Esa pregunta mil veces nos la hemos hecho los que estudiamos y preferimos educarnos, también, por nuestros propios medios, ya que, aún así teniendo la capacidad económica para poder estudiar, hemos notado que nos quieren educar tapándonos los ojos, y creándonos nubes de humo. Donde tenemos que tragar entero, porque si nos alzamos en voz, somos unos vándalos. Donde si luchamos por el derecho a la educación gratuita, salen algunas personas a decirnos que en vez de protestar, demos nuestros cupos universitarios a otros jóvenes. ¿Es esto en serio? Sí.

Acaba de apaciguarse un poco el Paro Nacional en Colombia, donde una de las tantas causas de que millones de jóvenes y personas saliéramos a las calles era por una educación digna y de calidad, pero donde nos tildaban de vándalos. Ahora resulta que debemos ‘mamarnos’ esta educación desorientada y de escaza calidad, y no podemos alzar la voz de protesta, porque salimos a deberles al gran Gobierno de matarife.

No, mi lucha no es contra quienes están educando, porque les toca. Porque si se levantan, los matan. Porque vivimos en un Estado que lo único que hace es gobernar de forma autócrata, y que si alguien levanta su voz, lo ponen en la mira y le dan de baja. ¿O les recuerdo los más de 1.200 líderes sociales asesinados cruelmente desde la firma del Acuerdo Final II en la Habana, entre el Gobierno de Santos y las extintas FARC – EP?

No me las creo. Me da risa. Una risa nerviosa, que termina en llanto cruel y despiadado. Me da risa y miedo. Me dan ganas de no haber nacido en un mundo tan injusto, como este, el nuestro, el de nuestra gran Colombia.