Entre conexiones infinitas y la búsqueda de un sentido

Por: Brayan Torres

El amor en la época actual, sinceramente, no sé si pueda categorizarse dentro de una era, como si fuera un fragmento de la historia. Sin embargo, siento que es necesario diferenciarlo para comprender la transición que hemos experimentado. Este amor moderno nos ha traídocambios profundos, abarcando todos los aspectos: desde la revolución tecnológica hasta transformaciones en lo psicológico y, tristemente, la pérdida de inocencia. Incluso los niños de hoy parecen carecer de esa inocencia que una vez fue intrínseca a este sentimiento. Ya no aspiramos a ser príncipes rescatistas ni deseamos ser princesas salvadas.

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En esta era del amor moderno, hemos dejado atrás lo que solía nutrirlo. Se han desvanecido las cartas escritas a mano, los pequeños gestos de cariño, los ramos de rosas y los dulces compartidos durante los recreos escolares. Hemos perdido esas noches interminables soñando con ver a esa persona especial en el colegio. Hemos dejado de lado la ilusión de vivir un cuento de hadas con nuestra princesa o príncipe. Las formalidades se han desvanecido, y con ellas, una versión del amor que no estaba sujeta a la cantidad de seguidores en las redes sociales, al círculo social o a lo que otros opinaran. Ahora, el amor se ha convertido en una red infinita de conexiones.

Esta modernidad parece tenerle miedo al compromiso. Pocos se aventuran a arriesgarlo todo por otro individuo, y esto se debe a la creencia generalizada de que las personas inevitablemente decepcionarán. Mantener una relación parece ser una reducción de las oportunidades para demostrar el amor, como si al hacerlo nos protegiéramos de la herida inevitable que causará su final. La infidelidad se ha normalizado, y la frase “todos llevamos cachos” suena como una justificación común. Es lamentable hasta dónde hemos llegado, cómo hemos normalizado la traición y lo inusual que se ha vuelto encontrar a alguien que no haya experimentado ese dolor.

Durante una conversación sobre este tema con un amigo, su interrogante me sacudió. Me preguntó: “¿De qué sirve cambiar por alguien, volverse una mejor persona, colocar la relación como prioridad y luego sufrir cuando esa persona falla?” Fue un comentario directo al corazón, que revivió sentimientos recientes en mí. Sin embargo, mi respuesta fue sincera y provino del corazón, el mismo que había sido herido y que continúa amando sin importar las cicatrices. Le dije: “Quizás suene algo poético, pero todo en la vida tiene un propósito, y nuestras experiencias dan sentido a nuestra existencia. Ese amor y ese tiempo que sientes que has perdido seguramente te han enseñado valiosas lecciones. Te han convertido en una mejor persona, más consciente de tus emociones, más empática y capaz de confiar en otros. Has demostrado que puedes cambiar si lo deseas de todo corazón, incluso si has ‘perdido’ un amor, has ganado la capacidad de sentir y reconocer tus sentimientos. Has demostrado que las personas pueden cambiar si lo desean desde el fondo de su ser”.

No importa lo que haya sucedido, mi corazón sigue creyendo en el amor, en ese amor hermoso que anhela formar una familia, compartir momentos felices y construir un hogar lleno del mismo sentimiento. Puede sonar romántico o anticuado en estos tiempos, pero después de todo, no creo que pertenezca a este amor moderno. Si has llegado hasta aquí en este texto, sabes que no estaba respondiendo a mi “amigo”, sino a mí mismo, en una de esas conversaciones internas que tienen los amantes destrozados, donde la razón y el corazón dialogan.

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