Quizá para algunos parezca una forma de vandalismo, y de algún modo lo es, ya que trasgrede, interviene en lo público, pero como dice un pintor callejero, el acto de intervenir sólo tiene valor cuando arremete desde la normalidad.

Por: Juan Lorza
Publicado: julio 1, 2008

Hace unas semanas buscaba urgente un minuto a celular y observé un teléfono público que ofrecía el servicio. Cuando levanté el auricular me llevé una sorpresa: había dos adhesivos de granadas pegadas en el pequeño orificio donde se cuelga el teléfono. Estaban pintadas con marcador y mantenían un equilibrio cromático con el aparato telefónico. No eran dos imágenes amenazantes sino que más bien eran agradables y cómicas, eran como un chiste, alguien había dejado eso ahí y yo era víctima de esa sorpresa que trasgredía el orden normal de mi cotidianidad.

Desde ese día, fui siguiendo el rastro de estos pequeños mensajes. En una señal de tránsito encontré una pequeña trampa para ratones que estaba en el pie del padre que pasa la calle con su hijo. En la fachada de un granero en donde estaban dibujadas un grupo de frutas, había en medio un paquete de tetrapack dibujado de manera irónica por sus colores y ubicación. Llegué hasta a encontrar adhesivos de moscas pegadas en las provocativas imágenes de los helados de una nevera de tienda. A esta técnica, a este método, a este… como quieran llamarle, concepto, se le conoce como intervencionismo urbano y se ve cada día con más fuerza en nuestras ciudades.

Sería equivocado decir que el intervencionismo es un nuevo concepto de arte, ya que desde nuestros primeros años en la tierra hemos intervenido. Lo hicimos en las cavernas cuando descubrimos que podíamos dejar huellas gracias al barro y lo hacemos hoy cuando construimos un cuadriculado edificio en lo que anteriormente era un hermoso verde. La intervención es una cualidad —desastrosa muchas veces— de la humanidad y tiene en el arte su mayor representante. En este caso el intervencionismo es una forma de expresión en espacios ya intervenidos, el caso del grafiti es un ejemplo básico, la pared ‘grafiteada’ es una intervención de lo ya intervenido.

Quizá para algunos parezca una forma de vandalismo, y de algún modo lo es, ya que trasgrede, interviene en lo público, pero como dice un pintor callejero, el acto de intervenir sólo tiene valor cuando arremete desde la normalidad, es decir, sólo vale cuando no se cierne sobre un principio de creencia. Por ejemplo, un moco en la nariz del Cristo de una iglesia no es un acto de intervención válido porque agrede las creencias individuales, el acto tiene valor cuando interviene en la cotidianidad universal, como las inofensivas granadas del teléfono público, o las moscas en el helado, o incluso, como lo encontré unos días después, las babas de una modelo de Vogue en un Eucol.

Ya no estamos en la época en que sólo el espacio en blanco exigía ser llenado, de un tiempo atrás la exigencia de expresión, esa mágica fuerza que nos invita a decir algo, sea lo que sea, nos ha conducido a generar relatos dentro de nuestros propios espacios ya habitados. El ya conocido grafiti, el esténcil con su reinvención de los íconos populares y técnicas macrogeográficas como las de Jean Claude y Christo rodeando una isla con polipropileno en Miami, e incluso estos pequeños adhesivos que he ido encontrando en la ciudad, pequeños detalles sutiles que nos sorprenden desde el silencio de su estado “invisible”.

Y es quizás ese estado de invisibilidad uno de los mayores valores de la intervención urbana. Por una parte no tiene tiempo, así como puede permanecer, fácilmente puede desaparecer, así como puede ser visible a todos los ojos puede quedarse ahí sin ser observado. Pero lo más curioso es que en una época cuando el afán de protagonismo parece ser un principio básico, el intervencionismo urbano no tiene nombre, el autor puede ser cualquiera, puedo ser yo, o quien lee este texto, puede ser tu hermana o tu prima la loca. Y aunque en algunos casos las intervenciones reciben algún aliento mediático y el autor sale de las tinieblas, el hecho de que este arte carezca de un autor reconocible —y por tanto de un valor en el sentido económico— hacen de este un homenaje a los antiguos artes en donde lo verdaderamente importante era la búsqueda de sentido por medio de la expresión, no un negocio, como muchas artes de la actualidad.