Por: Óscar Mauricio Castro

“Está temblando en Bucaramanga, está temblando en Bucaramanga… Pero, ¿para dónde van?”

Así arranca un famoso video que se hace viral cada vez que ocurre un fuerte temblor en Colombia, especialmente si se produce en ciudades capitales.

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Ese día, aproximadamente a las 4:30 p.m., en marzo del 2015, decidí ir al gimnasio, aprovechando que no tenía clase aquella tarde. Como suele suceder, llegué a buscar alguna máquina en el primer piso para empezar mi rutina de cardio.

No sé si estoy loco, pero a veces los colombianos tenemos ese sexto sentido de percibir que algo puede pasarnos; ya sea en un día específico o en alguna situación.

Esa intuición me había golpeado durante todo el día. Sentía un poco más tensos a los individuos que se encontraban en dicho gimnasio, incluso la persona de recepción ese día particularmente estaba mucho más seria y malhumorada que de costumbre. No era un día en el que recomendar el servicio al cliente fuera una buena opción.

Pero bueno, con la intuición a flor de piel, terminé mi rutina de calentamiento y decidí subir al segundo piso, lugar donde se encontraba la zona de pesas. Ese era mi día de hombro, por recomendación de mi fisioterapeuta, empecé a dedicarle más tiempo a desarrollar fuerza en mis hombros para aumentar mi fuerza en general, ya que unos bíceps grandes no son realmente una señal de ser capaz de levantar una gran cantidad de masa.

La zona de pesas estaba abarrotada de hombres corpulentos de aproximadamente 20 y 28 años. Todos los presentes competían indirectamente por ver quién levantaba más peso. Era un concurso involuntario de miradas comparativas.

Entré a buscar unas pesas de cinco kilogramos, las cuales evidenciaban una diferencia absurda con respecto a las que estaban levantando mis colegas del gimnasio.

No soy una persona realmente fornida, soy un tipo de 72 kilos, técnicamente soy lo que se denomina como un “langaruto” o un “flacuchento”. Pero bueno, esta vida es de procesos, y si quieres levantar 20 kilos por brazo debes arrancar poco a poco y con mucha disciplina, principalmente.

Mientras con esfuerzo realizaba mi rutina, mis vecinos intentaban aguantar la risa, dado que los cinco kilos al parecer eran muy pesados para mí.

En ese momento, el gran espejo de la pared que se encontraba frente a mí y mis compañeros, comenzó a moverse un poco. Si alguna vez has experimentado un temblor, sabes que pueden vivirse varias etapas en esa situación.

Al ser Bucaramanga una ciudad donde suele temblar mucho debido a la cercanía con la Mesa de los Santos, el principal nido sísmico de Colombia y uno de los más activos del mundo, los ciudadanos nos hemos acostumbrado de a poco a convivir con dicho problema. Generalmente, casi que todos los días sentimos un “sacudón” que no suele demorarse más de tres o cuatro segundos; incluso a veces nos sorprendemos de ver el boletín sísmico y enterarnos por dicho medio de que tembló en nuestra ciudad.

Pero ese día, los espejos de la pared comenzaron a moverse, y pasados los cinco segundos que suelen durar los temblores diarios, este continuaba sin ánimos de detenerse.

La mirada de los asistentes se tornó escéptica, el nivel del sacudón seguía incrementándose y el espejo cada vez aumentaba más sus vibraciones. La cara de todos los presentes estaban buscando consuelo en las miradas de quienes se encontraban allí.

Las vibraciones seguían en aumento, las pesas que se encontraban en un estante dividido en tres niveles comenzaron a caerse, los deportistas presentes en la zona de pesas continuaban estáticos, sin saber realmente qué hacer. El silencio se apoderó de los presentes y en ese momento el cristal del espejo de la pared comenzó a fracturarse, las ventanas comenzaron a crujir y en el exterior se podía observar cómo los postes de luz se tambaleaban como si fuesen una débil rama moviéndose de un lado a otro por una fuerte ventisca.

Un sujeto alto, corpulento, quien estaba levantando dos pesas de 30 kilos antes del suceso, gritó: “¡Me importa un carajo, me largo de aquí, no me voy a morir al lado de un langaruto!” E inmediatamente salió a correr con mucha dificultad, pues la vibración era tan fuerte, que la sensación era similar a estar sufriendo una gran resaca generada por el alcohol.

La huida del sujeto provocó una reacción en cadena, donde un grupo de deportistas se aglomeraron en las escaleras mientras evacuaban con muchísima dificultad.

El piso seguía moviéndose, ya no eran solo las pesas las que caían al suelo, sino que también algunas máquinas comenzaron a moverse y a retumbar hasta caer.

Por estar tan distraído con la huida de mis colegas, no había caído en la cuenta de que estaba solo en el segundo piso del gimnasio. Si algo pasaba, sería la única víctima. Pero cuando vives en una ciudad de tantos temblores, algo de protocolos te enseñan en la escuela, así que recordé que lo mejor que se puede hacer en estos casos es quedarse quieto y esperar en un lugar alejado de las ventanas.

Caminé con dificultad hasta la mitad del piso, donde había un gran espacio usado por los clientes del gimnasio para hacer ejercicios de yoga, me quedé parado allí, esperando con calma.

El temblor seguía en su clímax, nunca había sentido uno tan largo en la ciudad. En mi cabeza iba más de un minuto y todo seguía retumbando. Es cierto que puedes escuchar la tierra crujir y que ese ruido va acompañado por un olor a tierra mojada.

¡El temblor comenzó a disminuir lentamente y así como llegó, pasó!

La calma luego de un temblor es rarísima, seguía con un mareo que me tenía dudando si ya todo había cesado o no. Por la ventana observé diferentes grupos de personas que salían de sus casas con miedo y prevención de réplicas.

Lo primero que hice fue llamar a mi casa, pues algo particular de Bucaramanga es que es una ciudad con poco espacio construible, donde abundan los edificios de más de catorce pisos, por lo que sentir un temblor en una edificación así es una tortura.

Mis padres me confirmaron que se encontraban en el parqueadero del conjunto donde ellos viven, que bajaron debido al miedo que sintieron, pero que estaban bien. Así que ya mucho más aliviado, regresé nuevamente donde me había quedado: con mis pesas de cinco kilos y mi rutina de hombro inconclusa.

Luego de diez minutos, poco a poco fueron llegando los mismos tipos corpulentos que huyeron una vez iniciado el temblor.

Cada personaje se fue ubicando lentamente hasta volver a ocupar los lugares donde estaban antes del terrible suceso.  Todo esto ocurrió en quince minutos y se sintió como una pausa horrible y obligatoria para todos.

La única diferencia fue que ninguno de los presentes quiso mirar al “langaruto” a los ojos como antes y me convertí en alguien invisible para ellos por la vergüenza y el orgullo que sentían.

Así que una vez terminada mi rutina, decidí bajar al primer piso para hacer un poco más de cardio y dirigirme a mi casa. Curiosamente, mientras bajaba por las escaleras, a lo lejos pude escuchar:

“Ese flaco es un crack, mano, tiene un bracito de desnutrido pero la calma de un campeón, el día que levante más de veinte kilos nos da en la jeta a todos por mirarlo feo”.

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