Entre leyenda urbana y realidad.

Por: Óscar Mauricio Castro

Existen muchas historias a lo largo de las carreteras a nivel mundial. Leyendas de conductores que aseguran haber visto apariciones, seres misteriosos que se desvanecen en la carretera, e incluso algunos conductores llegan a recoger personas en la vía y luego presencian su desaparición mientras van en camino.

Colombia no es ajena a este tipo de anécdotas y algunas pueden sucederles incluso a familiares o amigos.

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Hace unos dos años, por las carreteras de la Costa Atlántica colombiana, mi primo Nelson se encontraba a las afueras del Estadio Metropolitano de Barranquilla. Nuestra Selección de futbol disputaba uno de los últimos encuentros y, a su vez, una de las últimas oportunidades de clasificar al Mundial de Catar 2022.

El rival era la Selección de Perú. Fue un partido donde la Selección Colombia se esforzó y logró tener a Perú varias veces contra las cuerdas; pero a veces a Colombia e incluso a nosotros como compatriotas, nos quedan faltando cinco centavos para el peso… En la última jugada del partido, el seleccionado peruano logró convertir un gol y dejar así a Colombia prácticamente eliminada.

Como era de esperar, todos los espectadores salieron del estadio con caras largas, ya todos sabíamos que Colombia no iría al Mundial a pesar de faltar un partido, pues este era contra Argentina. Nuestras selecciones suelen sucumbir ya sea por miedo o simple falta de ambición.

Nelson y sus amigos decidieron seguir el río humano que se dirigía lentamente hacia el parqueadero del estadio. Como suele suceder en este tipo de eventos, el alcohol está presente tanto en la victoria como en la derrota, lo único que cambia es el estado de ánimo al momento de consumirlo y, obviamente, la playlist acorde a la situación.

Nelson solo pudo observar cómo sus amigos discutían la última jugada del partido y el cómo era posible que la Selección hubiese perdido en un partido que tenía todos los ingredientes para ser ganado.

A medida que pasaba el tiempo, empezaron a aparecer las típicas propuestas de borracho que nunca se cumplen:

“Aaah, si Colombia hubiera ganado, ¡mañana vendería el carro y compraría los tiquetes para Catar! ¡¡Colombia, me jodiste la navidad en el desierto!!”

Para Nelson, esta fue la señal que indicaba que era momento de partir rumbo a su ciudad de origen.

Nelson, muy responsablemente, había decidido no tomar ninguna bebida alcohólica y así, en estado de sobriedad, procedió a acomodar en el carro a los tres amigos alicorados que seguían discutiendo sobre qué vender para ir a Catar y sobre qué decirles a sus jefes el día siguiente, pues el partido se disputó entre semana y todos se declararon enfermos en sus respectivos trabajos, pensando en la victoria colombiana para continuar la celebración.

Así inició el trayecto de regreso, el viaje sería aproximadamente de unas diez horas, tomándose unos quince minutos para llenar el tanque de gasolina y beber algún café cargado para continuar el recorrido.

La primera hora transcurrió entre canciones, gritos de alegría y efectos activos del alcohol en la sangre. Cada ocupante del vehículo sacó a relucir sus planteamientos tácticos que, juraban, hubiesen sido la solución para el gol y la victoria de la Selección.

Para la segunda hora, todos sucumbieron al sueño, y entre leves ronquidos y una playlist de vallenato clásico, Nelson siguió el recorrido.

Como ustedes saben, las carreteras de la Costa Norte colombiana suelen ser rectas prolongadas hasta tocar el departamento de Santander; así que el trayecto fue muy tranquilo hasta la quinta hora de recorrido.

La ruta nacional tocó el departamento de Santander y de ahí en adelante comenzaron las curvas. Este departamento se caracteriza por ser un vaivén constante de curvas, subidas, bajadas y cañones naturales. Sería un examen difícil para un conductor sin mucha experiencia.

Uno de los acompañantes, quien se encontraba de copiloto, se levantó por un leve momento al verse algo mareado por las constantes curvas que dibujan las montañas de la Cordillera Oriental.

“Nelson, ¿por dónde vamos?”, habló suavemente el copiloto.

“Cerca de la bomba amarilla, tranquilo que ahí paramos un rato, tengo unas ganas de un café…”, le respondió Nelson.

“Ole, ¿qué es ese punto blanco en la cima de esa loma?”, dijo, en tono de sorpresa, el copiloto.

“Oiga, no sé, voy a bajarle un poco a la velocidad a ver qué es”, replicó Nelson.

El automóvil bajó un poco la velocidad y en la penumbra de la noche divisaron lo que parecía ser un ente demoniaco vestido de blanco, con una cara demacrada que hacía señas inentendibles cerca de nosotros. El susto los invadió y aceleraron al máximo el carro. Para Nelson, la parada a comer dejó de existir en ese momento, y el mareo y el sueño del copiloto desaparecieron.

Con el tanque casi vacío, Nelson y su grupo llegaron a una estación cercana a su ciudad de origen, y aún con el silencio presente, los ocupantes del carro que iban en la parte trasera se sorprendieron al llegar a su destino mucho antes de lo presupuestado.

“Uyyy, mano, si llegamos así de rápido, que Nelson siga manejando, jajaja. Es que hasta podría ir a trabajar hoy de lo rápido que llegamos”, dijo uno de los ocupantes.

Nelson aún seguía nervioso, al igual que su copiloto. Por esta razón, muy angustiado, Nelson pidió encarecidamente que lo reemplazaran ya que no se sentía muy bien para manejar.

Así llegó Nelson a su casa y permaneció por lo menos tres días en estado de shock. Intentó ir a la iglesia para calmar sus nervios, pero solo las palabras de su psicóloga le hicieron mejorar un poco su estado de ánimo.

“Nelson, sé que fue una experiencia traumática, pero suponiendo que creyéramos en las manifestaciones, estas suelen ocurrir solo en un lugar específico, por eso hay lugares que se consideran santuarios, porque solo se presentan ahí. Tranquilízate que esa aparición no va a encontrarte ni a perseguirte, eso solo pasa en las películas, mira que ni Annabelle salió de la casa donde la tenían”, le explicó la psicóloga, intentando provocarle una sonrisa a Nelson.

“Tiene razón, doctora, creo que debo volver a mi vida y dejar de molestarme por esa aparición, mi amigo ya la olvidó. Él me comentó que posiblemente fue efecto del mareo y del alcohol y que, por ello, se imaginó ese espectro. Y que, en mi caso, habría sido fruto del cansancio o tal vez algún reflejo de una señal de carretera”, argumentó Nelson.

“Bueno doctora, muchísimas gracias, ya me siento mucho mejor incluso para ir a la entrevista de trabajo que tengo pendiente”.

Nelson salió de consulta y se dirigió al lugar de su entrevista, donde se buscaba un profesor de matemáticas para los grados décimo y once de bachillerato.

Las pruebas se efectuaron en el colegio Nuestra Señora de los Milagros. Fue la típica prueba de llenar ocho cuadros vacíos con algún dibujo siguiendo un patrón, las típicas preguntas de análisis matemático y una corta entrevista con la encargada de Recursos Humanos.

Fue tan genérica y a la vez tan positiva la entrevista, que incluso a Nelson, explicando que su mayor defecto era ser perfeccionista, le valió para llegar al último filtro para ser contratado inmediatamente, ya que se necesitaba con urgencia un profesor.

“Bueno, el último paso es una entrevista con la hermana, ella dará el ‘sí’ final, muchos éxitos, joven Nelson”, se despidió cortésmente la encargada de
Recursos Humanos.

Nelson se dirigió hacia la oficina de la rectoría. Era una habitación grande, rodeada de muchos cuadros de promociones anteriores, diplomas de educación y por supuesto, un gran atril con una Biblia de bordes dorados.

“Bienvenido, joven Nelson, he visto sus pruebas y me gusta lo que vi, se ve que usted es una persona amable, tiene preparación para el cargo y creo que podría encajar muy bien aquí”, dijo la hermana muy convencida.

“Muchas gracias por sus palabras, espero no desilusionarla”, respondió Nelson.

Durante quince minutos, la hermana y Nelson hablaron de todo tipo de temas, mientras que la primera intentaba conocerlo mejor y así poder crear un perfil personal mucho más detallado sobre su futuro profesor de matemáticas.

“Me parece que ya está cerrado, quiero darle la bienvenida a esta escuela, solo le voy a pedir que firme este papel”, afirmó la hermana.

Nelson recibió el papel y con una mirada helada, solo pudo leer lo siguiente:

“Bienvenido al colegio, solo una cosa más: ¡¡¡CUANDO VEA UNA MONJA EN LA CARRETERA DE NOCHE… RECÓJALA!!!”

Nelson levantó la cabeza y pudo notar que en uno de los cuadros de promociones anteriores había un gran letrero con marco rojo, era una página del periódico donde se podía leer:

“Monja carmelita sobrevive quince días en la selva luego de misión médica en zonas apartadas”.

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