
La inflación dentro del mercado futbolístico que altera el orden dentro del desarrollo normal del mismo
Por: Wilson Alejandro Sanjuan Esteban
El fútbol siempre ha girado en torno a una lucha de poderes económicos que afectan su esencia, así como las actuaciones de sus protagonistas.
Este deporte, sin ningún tipo de dudas, es uno de los que más dinero mueve a nivel mundial, no solo por la cantidad de cracks en el mundo del balompié, sino también por la apuesta que grandes marcas, en su momento, realizaron por el deporte rey; marcas que hoy en día tienen un peso superlativo en las competencias que se desarrollan dentro de cada una de las federaciones enlazadas a la FIFA, teniendo no solo una exclusividad dentro de las mismas, sino también, en ocasiones, llegando a ser el nombre de grandes torneos dentro de la órbita del futbol.
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Fairplay financiero, palancas económicas, derechos de imagen y cesiones, son algunos de los términos que con el pasar de los años se han hecho más populares dentro del fútbol, puesto a que gracias a la gran cantidad de dinero que se mueve, urge regular (de cierta manera) cómo se administran los clubes: situaciones que en ciertos casos mantienen un aura de desequilibrio, pero que en el papel buscan justicia, porque claro, no es lo mismo administrar un club de la Federal B argentina que un equipo que compite en Champions League.
Esta volubilidad constante ha generado un “dopaje” en los precios del mercado: la llegada de los jeques, las inversiones estatales y demás, han sido los culpables principales de que esto suceda. Hoy un buen jugador que hace quince años llegaría a costar 20 millones de euros, no baja de 60 millones, esto no solo afecta al mercado en sí mismo, también perjudica a los pequeños clubes, quienes cada vez tienen que luchar más por encontrar un buen talento para sus proyectos deportivos, sin que otro club con gran masa económica se lo quite por una cantidad irreal de dinero.
Casos como el de Mykhaylo Mudryk y Moisés Caicedo, quienes costaron casi 200 millones de euros en total al fichar por el Chelsea, o el de Rasmus Holjlund, quien llegó al Manchester United a cambio de 75 millones, demuestran lo inflado que está el mercado futbolero, ya que si bien no son malos jugadores, sus valores son estratosféricos para su actual desempeño. Profundizando especialmente en el caso del danés Holjlund, este únicamente marcó diez goles en casi cuarenta partidos con su anterior club, el Atalanta, y ya esto le valió para fichar por una cifra gigante como el nuevo delantero del gigante inglés, cuando hace unos años, por este mismo dinero, podías fichar sin problema a fenómenos del balón como Zinedine Zidane o Ronaldinho Gaúcho.
Esta presión, además de recaer en la base económica de los clubes, también se siente en la espalda de los jugadores (los que menos culpa tienen),ya que al haber sido contratados por estas cifras, la presión por cumplir las expectativasse multiplica: en el imaginario colectivo, se genera una imagen de supercrack que tiene que convertir cuatro goles o recuperar quince balones por partido, cosas que pocas veces pasan y que terminan, en muchos casos, manchando la carrera de estos jugadores con un “fracaso” (ejemplo: Darwin Núñez, Harry Maguire o el mismo Mudryk). Es injusto, porque si se hubiera pagado lo que realmente valen estos deportistas, esta presión hubiese disminuido e incluso el nivel futbolístico de los jugadores habría aumentado.
Lamentablemente esta situación no parece cambiar, sino incrementarse, problema que a la larga solo generará que los verdaderos fenómenos del balón cuesten valores dantescos, que muchos jugadores se “quemen” a corta edad, que los equipos pequeños sean aún más pequeños y que los hinchas se desilusionen con las contrataciones de este tipo que acaban afectando el desempeño del proyecto futbolístico de su club.
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