Por: Diana Ramírez
Publicado: agosto 3, 2012

De la tierra de la diversidad cultural, geográfica y natural; del reinado del café, la panela y la papa; de Jorge Barón y su patadita de la buena suerte, el Ubérrimo y frases célebres como “trabajar, trabajar y trabajar” y “prefiero no robar al Estado y que me paguen la gasolina”; llegan como una oleada de creatividad y astucia popular las 50000 colombianadas,  repertorio de nuestra idiosincrasia nacional y cultural.

Creadores y consentidores absolutos de la parodia nacional,  no debemos olvidar que una tierra maravillosa y diversa como la nuestra, no sólo puede producir en sus habitantes una imaginación desbordada que enfrenta la adversidad, la falta de oportunidades y la necesidad de sobrevivir  (reflejados en toda clase de artilugios arquitectónicos, publicitarios, científicos, discursivos y ortográficos), sino que también añade la asombrosa capacidad de reírnos de nosotros mismos, de nuestras metidas de pata, y por qué no, de nuestra ingenuidad o primiparadas consecutivas, que bien, para el caso particular, podrían ayudar a reivindicar la frase “el vivo vive del bobo”.

Nos reímos del incauto, del ciudadano de a pie, en las esquinas, en las escuelas, del atrevido que escribió “gánese  un Aipod Tous”; del “bobo”, pero en menor medida del “vivo”. Falta sólo echarle un vistazo al Olimpo donde habitan nuestros  gobernantes, para darnos cuenta que, las más grandes “embarradas” al mejor estilo local, están ahí con sus protagonistas, hechos y frases inauditas a viva voz y a pecho herido: “Hay que reducir la corrupción a sus justas proporciones” (ex presidente Turbay); “todo fue a mis espaldas” (ex presidente Samper sobre la financiación de narcos en su campaña) y por supuesto la más reciente: “¡Cómo le va a hacer una prueba a un Senador de la República, si estoy perfecto!, ¡¡50.000 votos, 50.000 personas votaron por mi!!” Palabras célebres pronunciadas ante la policía de tránsito de Barranquilla, por un nada célebre Senador del Olimpo de apellido Merlano.

Si no es ridículo, fuera de contexto o del sentido común, lo cual lleva a ese hecho, situación o personaje a convertirse en objeto de burla por parte de la sociedad y al escarnio público, por el atrevimiento, la ingenuidad y la malicia indígena, en este caso de un “vivo” (cuestionable), me atrevería a decir que inversamente proporcional a esto estarían los electores, los desafortunados 50000 habitantes del país de las maravillas que votaron por este personaje y los millones que votaron por otros que habitaron o habitan en el lugar santísimo, pero cuyo ingenio para hacernos llorar de la risa sobrepasa la astuta y a la vez cándida expresión popular.

Esa denominación tan jocosa para unos y ofensiva para otros, nos invita desde una perspectiva realista, crítica  y sin distinción jerárquica de nuestra sociedad  a mirarnos en el imaginario colectivo propio de nuestro país de las maravillas: lo hermoso de nuestra naturaleza y sus recursos; así como lo feo, inaudito o ridículo desde todas las esferas de la cotidianidad. También el aceptar que, como buenos colombianos hijos de la tierra del café, la creatividad sin límites y el más “vivo”, podemos equivocarnos no una sino cientos o miles de veces, y no siempre de maneras tan obvias. Nuestros gobernantes siguen y serán siendo prueba de ello.