El también piloto francés salió en un vuelo de reconocimiento en julio de 1944 y jamás se le volvió a ver

Fue en 1998 cuando un pescador encontró en las aguas al sur de Marsella, en Francia, un brazalete oxidado con el nombre grabado de dos personas: Antoine y Consuelo. Cuando lo tomó entre sus manos, luego de separarlo de los pescados que se encontraban entre su red, y lo limpió, notó que la inscripción era más larga. Los nombres allí escritos hacían referencia al del aviador francés Antoine de Saint-Exupéry, y al de su esposa, Consuelo Suncín. Los demás datos correspondían a la editorial Reynal and Hitchcock Inc., de Nueva York.

Aquel era uno de los pocos indicios sobre la misteriosa muerte del célebre autor de “El Principito”, quien había desaparecido en julio de 1944, a bordo de un avión Lightning P38, en medio de una misión de reconocimiento al sur de Francia, ordenada por el gobierno de Charles de Gaulle, durante la Segunda Guerra Mundial.

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Cuando el avión en el que volaba el escritor desapareció de los radares, se sabía que todavía tenía combustible para completar la misión. Por muchos años, se creyó que había sido derribado por fuego enemigo, e incluso que se desvaneció en la cabina por la falta de oxígeno, pero el hallazgo del brazalete, en una zona lejana a la que se le había asignado para volar, generó nuevas inquietudes respecto a la desaparición del francés. Su familia temió, incluso, que se hubiese dirigido hasta allí para suicidarse, y el gobierno se inclinó por esta opción en ese entonces.

Años después, gracias a la terquedad de un hombre que no quiso aceptar esta verdad, el misterio de la muerte de Antoine de Saint-Exupéry finalmente se reveló.

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Fue Luc Vanrell, un buzo francés, quien decidió investigar a fondo el asunto. Cuando Jean-Claude Bianco encontró el brazalete y las diferentes versiones alrededor de la muerte del escritor comenzaron a circular, Vanrell entendió que había que hacer algo. Las búsquedas de los restos del avión en el que volaba Saint-Exupéry se hicieron durante mucho tiempo en las zonas cercanas a Niza y sus alrededores sin mayores resultados, quizás habría que realizarlas en el espacio en que apareció el objeto.

Los rastreos, luego de varios años, lograron resultados en 2004, cuando se hallaron los restos de la aeronave al este de la Isla de Riou, en las inmediaciones de Toulon.

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“Me sorprendió mucho que pudiera estar en el área de Marsella, ya que todos los historiadores habían dicho que se había perdido a unos 200 km de allí. Pero no era imposible, especialmente en tiempos de guerra”, señaló Vanrell, en entrevista con la BBC.

Al buzo le tomó alrededor de 19 meses obtener un permiso oficial para examinar los restos. Finalmente, consiguió realizar una limpieza profunda y descubrió, en una de las piezas rescatadas a 60 metros bajo la superficie, el número de serie que pertenecía a la matrícula militar del escritor: 2734, terminando así con 60 años de especulaciones.

El hallazgo, sin embargo, no bastó por sí solo. Ninguna de las partes permitía intuir que el avión del francés había sido derribado. No había marcas de balas o de fusil.

“No encontramos restos humanos, pero mientras estaba en la parte trasera del avión, que estaba bastante bien conservada, pude ver una tela blanca. La agarré, y la puse alrededor de mi cuello como una bufanda. La imagen que me vino a la mente fue la del pequeño príncipe en su planeta con su gran bufanda flotando en el viento”, comentó el buzo.

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En julio de 2006, tras refugiarse día y noche en la lectura de mapas de las zonas en las que voló el escritor, tras entrevistar a varios posibles testigos de guerra y examinar los restos del avión, un colega suyo, oriundo de Alemania, lo llamó a Vanrell para decirle que había localizado a un expiloto de caza alemán llamado Horst Rippert, un anciano de 86 años quien al parecer habría sido la persona responsable de darle de baja al autor de “El Principito”.

En ese entonces, y según él mismo contó, Rippert tenía 20 años. Si bien no podía asegurar que ese piloto al que él derribó en su momento fuera Antoine de Saint-Exupéry, sí podía confirmar que en la mañana del 31 de julio de 1994, él se encontraba sobrevolando los cielos de Toulon, resguardando la zona de posibles enemigos de las tropas alemanas que se encontraban en tierra, cuando vio que un Lightning P38 se acercaba a 3.000 metros de altura por encima de él. Al ver las insignias, maniobró para situarse tras la aeronave y derribarla.

Rippert recordaba muy bien esa fecha porque era el cumpleaños de su hermano. Sin embargo, su versión, pese a ser la más cercana, no se considera del todo la concluyente. Para muchos, él dice la verdad, pero otros argumentan que su longevidad pudo haberle jugado en contra y sin nadie que pudiera desmentirlo, quiso sacar provecho de la situación, al igual que en otro momento quiso hacerlo Robert Heichele, otro piloto alemán que combatió en esos años. Heichele dijo que narró en un informe oficial y en una carta que dirigió a un amigo, que él derribó un avión que sobrevolaba la zona de Toulon en ese mes de julio de 1944.

Oficialmente, las circunstancias de la muerte del autor de El Principito siguen sin aclararse completamente.

Para cuando murió, Antoine de Saint-Exupéry ya era toda una celebridad. Tan solo un año antes había publicado su obra cumbre y sus otros libros eran leídos en toda Europa. En ese entonces tenía apenas 44 años.

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Han pasado ocho décadas desde que se publicó “El Principito”, una de las obras más trascendentales de la literatura universal, y 79 desde que su autor partió de este mundo de manera misteriosa. Su muerte, pese a los avances, sigue teniendo un aura de enigma. Pasarán los años y, quizá, así será siempre.