Así pues, es inútil añorar lo pasado, por la desbalanceada subjetividad con la que recordamos únicamente lo agradable.

Por: Alejandro Maldonado
Publicado: abril 6, 2012

La distemporalidad me parece un problema bastante occidental. El mantener la mente en lo irreal. Lo pasado, sobre lo cual no se puede hacer nada ya, y lo futuro, aquello que se define por las acciones presentes a las cuales no volvemos la mirada por estar pensando en él.

En su más reciente film, Woody Allen expone de manera placentera e ingeniosa, lo que él decidió llamar ‘Síndrome de Edad Dorada’. El protagonista, Gil Pender, presenta el cuadro más evidente de esto; sueña con el París de los años veinte, lleno de autores y artistas que luego pasarían a ser de renombre, entre ellos Pablo Picasso, Ernest Hemingway y Luis Buñuel.

Por medio de recursos fantásticos Gil termina en el tiempo añorado, y además de conocer a sus ídolos, obtiene una bella amante anacrónica que sueña con el París de la Belle Époque de 1890. Una vez se transporta allí, se da cuenta que los que viven en dicha época sueñan con estar en el Renacimiento. Esto le hace ver la falacia que compone el Síndrome de la Edad Dorada: No importa el momento, siempre va a predominar la ilusión de que el pasado fue mejor en tal o cual aspecto, por el simple hecho de ser lo que es: pasado intangible, nebuloso y onírico.

En la cultura Sufí y Hebrea se encuentra una fábula que va más o menos así: Un rey que pasaba sus tiempos entre períodos de extrema felicidad y extrema tristeza, mandó a llamar un sabio, y le pidió ayuda para obtener equilibrio emocional. El sabio aceptó a ayudarlo, pero le dijo que la solución era tan invaluable que no se le podía pagar con todo el oro del reino, así que lo más adecuado, para que el rey siguiera reinando, era que no le diera nada a cambio.

El sorprendido rey aceptó en medio de gratitud, y el sabio le entregó un anillo. El rey lo miró un poco decepcionado, y leyó lo que se hallaba inscrito: ‘Esto también pasará’. Y desde ese mismo instante, los altibajos emocionales desaparecieron por completo. El anillo le permitió saber que los momentos felices eran transitorios, lo que los hacía mucho más valiosos, y que los momentos de tristeza eran igualmente transitorios, lo que eliminaba las razones para desesperarse ya que tarde o temprano iban a pasar.

Así pues, es inútil añorar lo pasado, por la desbalanceada subjetividad con la que recordamos únicamente lo agradable. Esto lo digo sin negar que es entretenido, y que hay cosas que extraño del pasado como cualquier otra persona (Véase El Siguiente Programa, los Zelda de Nintendo 64, Sui Generis y Jaime Garzón entre muchas otras cosas). Pero la evidencia es irreductible, cada año la esperanza de vida se eleva, la tecnología avanza y la calidad de vida se optimiza. Hoy, estadísticamente, puede ser el mejor día en el que haya vivido la sociedad. Mañana igual.